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Las Finanzas

 

El obrero de Dios frente al dinero

Por Watchman Nee - extracto del libro "El caracter del obrero de Dios"

Introducción - PARTE 1 - PARTE 2 - PARTE 3 - PARTE 4

PARTE 4

Veamos el tercer asunto: la actitud de Pablo hacia el dinero. La palabra de Pablo en cuanto a este tema es muy clara. En Hechos 20 le dijo a los efesios: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (v. 33). Esto se refiere al motivo. Él no codiciaba nada. Al trabajar para el Señor, él podía jactarse de que nunca había codiciado ninguna posesión de ninguna persona. Él no albergaba la más mínima codicia por tener oro, plata o vestido de nadie. Ésta fue su primera declaración. Luego añadió: “Vosotros mismos sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (v. 34). Ésta debe ser la actitud de todo siervo de Dios. No debemos codiciar la plata, el oro, ni la ropa de nadie. Las posesiones de otros son suyas, y no codiciamos nada de ellos. Ellos deben quedarse con lo que tienen. A la vez, trabajamos para suplir nuestras propias necesidades y las de nuestros colaboradores. Esto no significa que un obrero del Señor no pueda ejercer su derecho que tiene en el evangelio (1 Co. 9:18), pero sí quiere decir que un obrero del Señor debe ver el evangelio como una responsabilidad tan seria e inmensa que prefiere ofrecer sus manos y su dinero a la obra. Éste debe ser nuestro deseo delante del Señor. Hasta donde nos sea posible, debemos trabajar con nuestras manos. Por supuesto Pablo aceptaba donativos de otros, pero eso tiene que ver con otro tema, a saber, con la responsabilidad de aquel que ofrenda. Veremos ese asunto un poco después.
La palabra de Pablo a los corintios fue muy dulce. En 2 Corintios 11:7 él dijo: “¿Pequé yo humillándome a mí mismo, para que vosotros fueseis enaltecidos, por cuanto os he anunciado gratis el evangelio de Dios?”. Y él continuó en los versículos 9 al 12: “Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso. Por la veracidad de Cristo que está en mí, que no se me impedirá esta mi gloria en las regiones de Acaya. ¿Por qué? ¿Porque no os amo? Dios lo sabe. Mas lo que hago, lo haré aún, para quitar la ocasión a aquellos que la desean, a fin de que en aquello en que se glorían, sean hallados semejantes a nosotros”. Pablo no se negaba en forma categórica a recibir donativos, pero en aquella región, en Acaya, era un asunto del testimonio. Algunos criticaban y buscaban la oportunidad de criticar; se jactaban como si fueran diferentes a otros, y Pablo no quería darles esa ocasión para criticar. Él declaró que les había anunciado el evangelio de Dios gratuitamente, y que no había sido una carga para ellos, ni siquiera cuando estuvo en escasez. Él se cuidó de no ser una carga y determinó mantener dicha actitud. No se permitiría a sí mismo convertirse en una carga para ellos. Esto no significa que no los amara; más bien, actuaba de esa manera y continuaría haciéndolo para no darles ocasión a aquellos que la buscaban y para cerrar sus bocas. Ésta es la actitud de un obrero hacia el dinero. A dondequiera que vamos, tan pronto como detectemos cualquier renuencia, debemos cortar toda oportunidad de que se susciten críticas. Los hijos de Dios deben mantener su dignidad en la obra de Dios. Cuanto más una persona ame el dinero, más debemos anunciarle el evangelio gratuitamente, y cuanto más se aferre a su dinero, menos debemos recibir donativos de él. Debemos entender cuál es nuestra posición como siervos de Dios. Si encontramos cualquier persona como los de Acaya, que eran renuentes y que buscaban la oportunidad para criticar, debemos decirles lo que Pablo parecía decirles: “no seré carga a ninguno de vosotros. Pero si desean enviar algo a los pobres de Jerusalén, puedo llevárselo. Si viene Timoteo, pueden enviarlo en paz. Pero yo mismo, debo mantener mi dignidad como obrero del Señor”. Pues si nos critican por recibir alguna dádiva de alguien, habremos perdido por completo nuestra dignidad como siervos del Señor, y nosotros debemos mantener nuestra dignidad como siervos de Dios. En nuestro servicio al Señor, no podemos ser descuidados con el dinero. Tenemos que ser muy estrictos en este respecto; de otro modo, no podremos hacer mucho para Dios.
Pablo no sólo nos dijo cómo mantuvo su integridad, sino también cómo trabajó con sus manos para suplir las necesidades de sus colaboradores. Esto nos muestra el principio de dar. Pablo declaró: “Para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hch. 20:34). Ningún obrero empobrecerá por el hecho de dar. Si retenemos todo lo que recibimos y sólo hacemos provisión para nosotros mismos, no conoceremos el significado de lo que es la obra de un ministro. Si los colaboradores sólo ofrendan poco de su propia bolsa, algo está mal. Si un obrero sólo sabe recibir, es decir, si ejercita su fe solamente para recibir, pero no la ejercita para dar, su función será limitada. Hermanos y hermanas, nuestro futuro espiritual tiene mucho que ver con nuestra actitud hacia el dinero. La peor actitud que podemos tomar es acumular sólo para nosotros mismos y hacer todo sólo para nosotros mismos. Tal vez parezca una tarea dura pedirles a los levitas que ofrenden. Sin embargo, ellos tienen la misma responsabilidad de diezmar como todos los demás. Es verdad que los levitas no tenían ninguna herencia en ninguna de las ciudades; sino que eran peregrinos entre las doce tribus y vivían del altar. Algunos levitas podían haber sido tentados a decir: “Yo vivo del altar. ¿Qué pues tengo yo para dar?”. Pero Dios dispuso que todos los levitas debían recibir el diezmo y que también debían diezmar. Esto impedirá que los siervos de Dios puedan decir: “Yo lo he dejado todo. ¿Tengo además que ofrendar de mis reducidos ingresos?”. Si nuestros ojos están siempre puestos en nuestras propias necesidades, terminaremos en problemas económicos y no seremos capaces de suplir las necesidades de nuestros colaboradores. Tenemos que aprender a dar. Tenemos que ser capaces de proveer para todos nuestros hermanos y hermanas. Si retenemos el dinero en nuestras manos, no importa cuán poco sea, y si al mismo tiempo esperamos que Dios trabaje constantemente en los hermanos y hermanas para que nos suplan, encontraremos que Dios hará lo contrario, y ya no confiará más Su dinero a nuestras manos.
Las palabras de Pablo en 2 Corintios 6:10 son maravillosas: “Como pobres pero enriqueciendo a muchos”. Aquí vemos a un hermano que realmente conocía a Dios. Aparentemente él era pobre, pero asombrosamente enriquecía a muchos. Hermanos y hermanas, éste es nuestro camino. Cuando laboramos en un lugar y los hermanos y hermanas hablan negativamente de nosotros o si tienen una actitud incorrecta hacia nosotros, debemos mantener nuestra dignidad como obreros del Señor. Por ningún motivo debemos aceptar sus dádivas. Al contrario, debemos decirles abiertamente: “No puedo tomar su dinero ya que soy un siervo de Dios. Ustedes han murmurado contra mí, así que no puedo aceptar su dinero. Como siervo del Señor, tengo que mantener la gloria de Dios. Es por ello que no puedo recibir vuestro dinero”. Incluso cuando estemos pasando por una pobreza extrema, tenemos que aprender a dar. Si deseamos recibir más, tenemos que dar más. Cuanto más podamos dar, más podremos recibir. Éste es un principio espiritual. A menudo cuando estamos en carencia, debemos dar más, porque tan pronto como el dinero que tenemos se va, el suplir del Señor viene. Algunos hermanos y hermanas tienen muchas de estas experiencias. Pueden testificar que cuanto más dan, más reciben. Nosotros no debemos contar con cuanto dinero nos quedamos, porque el Señor dice: “Dad, y se os dará” (Lc. 6:38). Ésta es una ley de Dios. No podemos anular las leyes de Dios. La mayordomía cristiana es diferente de la del mundo. En el mundo se gana mediante el ahorro; pero nosotros ganamos al dar. Podremos ser pobres, pero podemos enriquecer a otros.
En 2 Corintios 12:14 Pablo dijo: “He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no seré gravoso”. Ésta era la actitud de Pablo. ¡Cuán estricto era consigo mismo! Algunos habían hablado contra Pablo y tenían un problema con él. Por lo tanto, cuando Pablo estaba listo para ir a ellos por tercera ocasión, él no fue una carga para ellos. En el versículo 14 él continuó diciendo: “Porque no busco lo vuestro, sino a vosotros”. ¿Tenía él una mala actitud y era estrecho? No. Él añade en el mismo versículo: “Pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”. Hermanos y hermanas, ¿pueden ver cuán tierna era la actitud de Pablo delante de Dios? Los corintios oyeron muchos rumores y hablaron muchas cosas sobre Pablo. Por lo tanto, Pablo se vio obligado a rechazar sus dádivas, pero aun así, él no puso a un lado su responsabilidad de enseñarles acerca del dinero. Segunda de Corintios puede ser la epístola que aborda más detalladamente el asunto del dinero. Si Pablo se hubiera refrenado de hablar algo sobre el tema del dinero, algunos habrían interpretado que él estaba ofendido al respecto, pero él no estaba ofendido en lo mas mínimo, porque el dinero tenía muy poca influencia sobre él. Por eso podía instruir a los corintios acerca el dinero. Les dijo que debían enviar el dinero a Jerusalén. No les aconsejo lo contrario. Él se encontraba por encima del dinero; por eso él podía trascender sobre la actitud que los corintios tenían hacia su persona. Él rechazó sus dádivas porque quería mantener su dignidad. No obstante se jactó ante los macedonios de que los corintios estaban bien preparados. Y al mismo tiempo, alentó a los hermanos corintios a tener lista de antemano su bendición antes prometida, a fin de que no fueran avergonzados por hallarse desprevenidos cuando los macedonios vinieran a ellos (9:2, 4-5). Su sentir personal fue completamente puesto a un lado. Los siervos de Dios deben ser librados de la influencia del dinero. Si Pablo no hubiera sido una persona libre de la influencia del dinero, los corintios nunca habrían oído su mensaje. Pablo todavía les habría dicho tales cosas a los efesios o a los filipenses, pero no a los corintios. Sin embargo, él todavía procuró ver a los corintios; no los abandonó, sino que continuó hablándoles acerca del dinero. Él les mostró que Dios aún podía utilizar su dinero, pero Pablo mismo no lo haría; él no buscaba ninguna cosa de ellos. En este respecto, él no llegó a serles gravoso a ellos. Sin embargo, aún abrigaba esperanzas de que ellos pudiesen avanzar en cuanto al asunto del dinero.
Hermanos y hermanas, cuando se relacionan con otros en la iglesia, ¿pueden distinguir entre ellos y lo que es de ellos? Cuándo vemos a los hermanos, ¿vamos en pos de ellos o en pos de sus bienes materiales? Si ellos tienen algún problema con nosotros y no podemos ganar sus corazones, ¿aun así los apoyamos, los edificamos y oramos por su crecimiento espiritual? Pablo tenía demasiadas razones para abandonar a los corintios, pero él vino a ellos vez tras vez, e incluso en una tercera ocasión. Con todo, él no buscó sus posesiones. Hacer esto es una gran tentación para los siervos de Dios. Tenemos que aprender a hacer lo que hizo nuestro hermano Pablo.
En 2 Corintios 12:15-18 él continuó diciendo: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas. Amándoos más, ¿seré yo amado menos? Pero admitiendo esto, que yo no os he sido carga, sino que, según algunos de vosotros dicen, como soy astuto, os prendí por engaño, ¿acaso he tomado ventaja de vosotros por alguno de los que os he enviado? Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Acaso se aprovechó de vosotros Tito? ¿No hemos procedido con el mismo espíritu y en las mismas pisadas?”. Hermanos y hermanas, piensen en la actitud de Pablo: Él con el mayor placer gastaba lo suyo y él mismo se gastaba en beneficio de ellos. Al predicar el evangelio, no es suficiente que nosotros mismos nos gastemos, sino también debemos gastar lo nuestro. Tenemos que dar todo lo que tenemos. Nunca es correcto recibir dinero a cambio de nuestra predicación del evangelio. Más bien, tenemos que estar preparados y dispuestos a gastar con gusto nuestro dinero por causa del evangelio. Si no invertimos nuestro dinero en la predicación, algo está mal. Pero si nuestro dinero va con nuestra predicación, estamos haciendo lo correcto y estamos invirtiendo nuestro dinero en una causa digna. Esto es lo que hizo Pablo. Él estaba dispuesto a desgastarse y también a gastar lo suyo. Estaba dispuesto a gastar y a gastarse por amor a las almas de los corintios. Cuando estuvo entre ellos, no fue una carga para ninguno. Tampoco Tito ni el otro hermano fueron gravosos en absoluto. Pablo no tomaba ventaja de nadie. El evangelio es la verdad: es por esta razón que podemos invertir nuestro dinero en él. Hermanos y hermanas, tenemos que ser como nuestro hermano Pablo; no debemos ser una carga para nadie. Por el contrario, debemos gastarnos por completo por amor al evangelio. Ya que el evangelio es la verdad, es correcto gastarlo todo y gastarnos completamente en él. Nuestro evangelio es uno que se lleva nuestro dinero con él. Este es el camino apropiado por el que debemos andar.
A pesar de lo que hemos dicho hasta ahora, Pablo aceptó donativos de los macedonios y de los filipenses. Bajo circunstancias normales, es correcto que un predicador del evangelio reciba ofrendas. Pablo aceptó donativos de algunos lugares y los rechazó de otros lugares. Él no estaba limitado en cuanto a recibir donativos. Aceptó la dádiva de los macedonios. Pero cuando algunos en Acaya y Corinto lo criticaban y buscaban oportunidad para desacreditarlo, él rehusó aceptar sus donativos. Esta era la actitud de Pablo. Debemos ser iguales a él hoy en día. Podemos aceptar donativos de algunos lugares como Macedonia y debemos rechazar el dinero de otros lugares donde murmuran contra nosotros. Hermanos y hermanas, debemos mantener esta posición delante del Señor. No debemos pensar que podemos aceptar dinero sin ninguna restricción. Si alguien está hablando mal a nuestras espaldas o si está buscando la oportunidad para criticarnos, simplemente no podemos aceptar sus dádivas; de otros lugares podemos aceptar alguna ofrenda, pero no de ese lugar.
Ahora veamos la Epístola de Pablo a los Filipenses para ver su actitud al recibir ofrendas de los santos allí. Filipenses 4:15-17 dice: “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al comienzo del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades. No es que busque dádivas, sino que busco fruto que aumente en vuestra cuenta”. Ésta era la actitud de Pablo. Tal pareciera que los filipenses eran los únicos que le proveyeron. Cuando él estuvo en Corinto y Tesalónica, fueron los filipenses los que le suplieron. Él les dijo a los filipenses: “no es que busque dádivas, sino que busco fruto que aumente en vuestra cuenta”. Él sabía que Dios haría depósitos en la cuenta de los filipenses por el dinero que ellos habían invertido en él. Dios tomaría nota del dinero que aportaban los filipenses. Esta es la razón por la cual él no pedía dinero de ellos. Aquí encontramos a un hombre que tenía una actitud especial para con los únicos que le proveían. Él no buscaba dádivas, sino fruto que aumentara en su cuenta. Los macedonios le habían dado ofrendas repetidas veces, pero los ojos de Pablo no estaban puestos en el dinero. En ocasiones podemos rechazar algunas dádivas, pero cuando las aceptemos, debemos hablar como Pablo lo hizo a los filipenses. Debemos orar para que haya fruto que aumente a su cuenta. Es totalmente incorrecto que los siervos de Dios estén atados al dinero. Debemos ser librados del dinero.
Sigamos para ver lo que Pablo dijo en el versículo 18: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno”. Éste no era un informe financiero ordinario. Un informe común generalmente destaca cierta carencia, buscando que otros sean motivados a dar. Pero a la única iglesia que lo apoyaba, nuestro hermano Pablo le dijo: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno”. Las palabras de Pablo raras veces eran repetitivas, pero aquí, él dijo: “todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno”. Hermanos y hermanas, por favor presten atención a la actitud de nuestro hermano. Él le dijo a la única iglesia que lo apoyaba que él estaba lleno, que tenía abundancia y que lo había recibido todo. Él tenía lo suficiente; su único anhelo era que aquellas dádivas se convirtieran en “un olor fragante, un sacrificio acepto, agradable a Dios” (v. 18). Aquí vemos a una persona con un espíritu hermoso. Él no estaba consciente del dinero, éste no lo afectaba de ninguna forma.

Avancemos al versículo 19, el cual es muy precioso: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Él estaba agradecido por su apoyo, pero no perdió su dignidad. Ellos habían ofrecido su dinero como sacrificio a Dios; este dinero no era para Pablo personalmente y él no tenía nada que ver con ello. Al mismo tiempo, él los bendijo, diciendo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. No podemos hacer otra cosa sino decir: “Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos. Amen”.

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