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Las Finanzas

 

El obrero de Dios frente al dinero

Por Watchman Nee - extracto del libro "El caracter del obrero de Dios"

Introducción - PARTE 1 - PARTE 2 - PARTE 3 - PARTE 4

PARTE 3

Ahora consideremos cómo el Señor Jesús entrenó a Sus discípulos en este asunto. Lucas 9 narra que Él envió a los doce discípulos, y el capítulo 10 registra que Él envió a los setenta. De los cuatro Evangelios, solamente Lucas registra el envío de los setenta. Al enviar a los doce, el Señor les dijo: “No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni tengáis dos túnicas cada uno” (9:3). El Señor les mandó que dejaran atrás muchas cosas. Cuando Él comisionó a los setenta, les dijo: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (10:4). Un punto común en ambos casos es el dinero. Es decir, que el dinero no debe ser un artículo que el obrero precise para su labor. Más tarde, el Señor les dijo: “Cuándo os envié sin bolsa, sin alforja, y sin sandalias, ¿acaso os faltó algo? Ellos dijeron: nada” (22:35). Enseguida el Señor dijo “Mas ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una” (v. 36). La razón para esto fue que la dispensación había cambiado. Para entonces, el Señor Jesús ya había sido rechazado. Mientras los israelitas tenían la oportunidad de recibir al Señor, no había necesidad de estas cosas. El punto que debemos subrayar en este caso es que, al cumplir su comisión para el Señor, un obrero no debe prestar atención a su cartera. Todo su ser debe estar centrado en su mensaje, no en su cartera. Salimos para testificar que Jesús de Nazaret es el Señor designado por Dios. Nuestro ser debe centrarse en el mensaje, no en la cartera. En otras palabras, estamos calificados para trabajar sólo si estamos totalmente libres del dinero. Si vamos a ir de ciudad en ciudad a predicar el evangelio del reino, no debemos ser como un camello que se atora en el ojo de una aguja y queda excluido del reino, mientras que al mismo tiempo les habla a otros sobre la necesidad de entrar en el reino tomándolo con violencia (Mt. 11:12). Esto es imposible.
¿Qué significan las palabras no llevéis? Estas palabras nos muestran que el principio del evangelio contradice el principio de la cartera y de las dos túnicas. Cuando alguien se prepara para predicar el evangelio, no debe fijar su mente en estas cosas. Para un viaje ordinario, uno necesita de una cartera para llevar dinero, un bastón para caminar y dos túnicas para cambiarse. Todas estas cosas son necesarias. Ésta es la razón por la que el Señor les dijo a Sus discípulos que llevaran esto en Lucas 22. Entonces, ¿por qué les dijo que estas cosas no eran necesarias cuando Él envió a los doce discípulos en el capítulo 9 y a los setenta en el capítulo 10? Él les prohibió estas cosas porque un predicador del evangelio no debe fijar su mente en estas cosas. Cuando alguien es enviado, debe ir. Debe ir si hay dos túnicas y debe ir si solamente hay una. Debe ir con o sin bastón, con o sin dinero, y con o sin cartera. Esto es lo que significa ser un predicador del evangelio. Éste fue el entrenamiento básico que el Señor les dio a los discípulos cuando Él envió a los doce y a los setenta a la obra. Hermanos y hermanas, tenemos que estar claros en este asunto. Si el corazón de un hombre está centrado en el evangelio, estas cosas de menor importancia no serán importantes para él en absoluto. Si tales cosas son de mucha importancia para él, sería mejor que no saliera. Si hemos de predicar el evangelio, nuestra ropa, cartera y bastón no deben ser una preocupación para nosotros. Si lo son, no somos aptos para predicar el evangelio. El evangelio requiere que nos enfoquemos absolutamente en él; requiere tanto de nuestra atención que estas cosas deben llegar a ser irrelevantes para nosotros. El evangelio es lo único que debe ocupar nuestros corazones. Cuando nos alistamos para realizar nuestro trabajo, debemos estar contentos si tenemos o no tenemos hospitalidad. Tenemos que ponernos del lado de Dios y llevar un testimonio glorioso para el Señor. Esta es la razón por la cual el Señor dijo: “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: paz sea a esta casa” (10:5). ¡Cuán digno es esto! Un obrero es uno que imparte paz a otros. Debe honrar su posición delante del Señor. Puede ser pobre, pero nunca debe perder la dignidad. Ningún obrero debe estar tan mal como para perder su dignidad. Si vamos a cierto lugar y la gente allí no nos recibe, ¿qué debemos hacer? El Señor dijo: “Y cuando no os reciban, al salir de su ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos” (9:5). ¿Pueden ver la dignidad de los siervos de Dios? Cuando ellos son rechazados, no se sienten avergonzados ni se quejan, diciendo: “Qué mala suerte. Vinimos a la casa equivocada”. En lugar de ello, sacuden el polvo de sus pies; no toman ni un ápice de polvo de esa ciudad. Los siervos de Dios deben mantener su dignidad. Pueden ser pobres, pero no pueden perder su dignidad. Si nuestra mente no está completamente convencida de esto, no podemos tener parte en la obra de Dios. Como obreros, tenemos que tratar con el Señor apropiadamente con respecto al dinero. De otra forma, no debemos tocar la obra de Dios, porque Mammon es un asunto muy serio.
Podemos ver más de cómo el Señor entrenó a Sus discípulos en los pasajes de la alimentación de los cinco mil y más tarde de los cuatro mil. En una de estas ocasiones, Él tomó a Sus discípulos consigo y predicó a una gran muchedumbre de cinco mil, sin contar a las mujeres y a los niños. Al caer la tarde, se acercaron a Él los discípulos, diciendo: “El lugar es desierto y la hora ya avanzada; despide a las multitudes, para que vayan a las aldeas y compren para sí alimentos. Mas Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer” (Mt. 14:15-16). Los discípulos esperaban que el Señor enviara a la muchedumbre a conseguir su propio alimento. Pero el Señor dijo: “Dadles vosotros de comer”. Cuando uno de los discípulos oyó esto, fue sorprendido y dijo: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomara un poco” (Jn. 6:7). Mientras ellos contaban los doscientos denarios, el Señor dijo: “¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo” (Mr. 6:38). Cuando ellos le trajeron cinco panes y dos peces, el Señor realizó un milagro y los alimentó a todos. Hermanos y hermanas, todos aquellos que se ponen a contar sus doscientos denarios no son aptos para la obra del Señor. Si el dinero significa tanto para nosotros, no debemos tocar la obra de Dios. En estos versículos el Señor nos muestra que todo obrero debe estar dispuesto a dar todo lo que tiene. Si le damos mucha importancia al dinero, siempre estaremos calculando el monto de nuestras ganancias. El obrero debe ser librado del poder de Mammon. El dinero no debe ejercer ningún poder ni influencia sobre el obrero del Señor. Durante los tres años y medio que el Señor permaneció con los doce discípulos, se dedicó a ellos por completo. Ésta fue la manera que Él entrenó a los doce discípulos. Él les mostró que había que gastar lo que fuera necesario. La obra de Dios no tiene nada que ver con sacar provecho. Es un error el ver la obra de Dios desde una perspectiva comercial. Aquellos que siempre están contando el dinero no son esclavos de Dios; son esclavos de Mammon. Tenemos que ser rescatados del poder de las riquezas.
Los discípulos no aprendieron esta lección inmediatamente. En Mateo 15 vemos otra ocasión donde había cuatro mil personas, sin contar mujeres ni niños. Esta vez la situación era aún más precaria. La muchedumbre había estado allí por tres días. ¿Qué podían hacer los discípulos bajo tales circunstancias? El Señor les dijo: “Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y despedirlos en ayunas no quiero, no sea que desfallezcan en el camino” (v. 32). La palabra “y” significa que el Señor mismo también había estado sin alimento por esos tres días. Él continuó diciendo: “y despedirlos en ayunas no quiero, no sea que desfallezcan en el camino”. Pero los discípulos aún no habían aprendido la lección. Ellos le preguntaron cómo podrían conseguir suficiente comida para alimentar a la gente. La preocupación del hombre siempre es de dónde vendrá el alimento. Entonces el Señor les preguntó: “¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos” (v. 34). Entonces ellos le trajeron los siete panes y los pocos pececillos, y el Señor realizó otro milagro y alimentó a los cuatro mil.
El Señor repitió este milagro porque los doce discípulos necesitaban ser entrenados dos veces. Si el Señor no hubiera alimentado a los cinco mil y a los cuatro mil, los discípulos probablemente no habrían podido manejar la situación en Pentecostés. Si nunca hubieran tenido la experiencia de alimentar a los cinco mil y a los cuatro mil mencionados en los Evangelios, no habrían sabido cómo cuidar de los tres mil y los cinco mil en el libro de Hechos. Aquellos que huyen ante los osos y leones, ciertamente también huirán ante Goliat. Los que no pueden pastorear ovejas ciertamente no podrán pastorear a Israel. Aquí vemos a un grupo de discípulos que aprendió la lección de alimentar a cinco mil y a cuatro mil. Por consiguiente, no tuvieron ningún problema en Pentecostés cuando fue necesario que tomaran cuidado de los necesitados. Hermanos y hermanas, nosotros tenemos que pasar por el mismo entrenamiento; nuestros corazones tienen que ser ensanchados. Podemos restringir nuestros gastos, pero Dios no desea que restrinjamos Sus milagros. Muchos están muy preocupados por el dinero. No le dan a otros la impresión de que son siervos de Dios; no se asemejan a alguien que ha sido entrenado por Dios. Una persona que ha sido entrenada no le dará tanta importancia al dinero; no estará tan preocupada por el dinero que tiene en su bolsillo. Hermanos y hermanas, cuanto más calculamos, más nos desviaremos de la meta de Dios y más pobres nos volveremos. Éste no es el principio que Dios tiene con respecto al dinero. Necesitamos el mismo entrenamiento que recibieron los doce y los setenta discípulos. Con todo, uno de los doce finalmente llegó a ser un ladrón que hurtaba dinero. Él no aprendió su lección y el dinero seguía siendo muy importante para él. Cuando él vio que María derramó el frasco de alabastro de nardo puro sobre el Señor, él lo consideró como un desperdicio, y dijo, “¿Por qué no fue este ungüento vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (Jn. 12:5) Para una persona calculadora, un frasco de ungüento puede ser vendido por trescientos denarios para ayudar a los pobres. Pero el Señor no estuvo de acuerdo con esa manera de calcular. En lugar de eso dijo: “De cierto os digo: Dondequiera que se proclame este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mt. 26:13). El resultado máximo y final del evangelio es quebrar nuestro frasco de alabastro y ungir al Señor Jesús con el ungüento que cuesta trescientos denarios. Es decir, cuando alguien recibe el evangelio, por causa de Cristo no escatima el costo y derrama sobre el Señor todo lo que tiene; esto es grato a los ojos del Señor. Es correcto incluso “desperdiciar” todo nuestro ser sobre el Señor. Aquellos que no entienden el evangelio están siempre contando su dinero, pero aquellos que lo entienden, saben que es bueno y apropiado “desperdiciarse” a sí mismos sobre el Señor. Es bueno que el Señor reciba nuestra ofrenda “derrochadora”. ¿Quién fue el que consideró aquello como un desperdicio? Judas. Él fue uno que nunca aprendió su lección. Sus palabras parecían muy razonables. Para el hombre, no era de ningún beneficio gastar trescientos denarios de esta manera. Para Judas, trescientos denarios eran suficientes como para traicionar a un hombre; él vendió al Señor Jesús por treinta monedas de plata. Sin embargo, para él, verter aquel ungüento era un desperdicio, y él estaba afligido por ello. Él quería sacar provecho de eso; era muy calculador. Pero aquellos que han recibido genuinamente el evangelio y que se entregan incondicionalmente al Señor, lo sacrificarán todo. Incluso si el sacrificio les parece demasiado a otros, ellos hacen este sacrificio por causa del evangelio del Señor. Donde se proclama el evangelio, nadie debe regatear con el Señor. Él dijo: “Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a Mí no siempre me tendréis” (v. 11). El Señor estaba dando a entender que no había nada malo con atender a los pobres, pero en lo que se refiere a sacrificio por el Señor, nosotros, no debemos escatimar nada por Él. Incluso si exageramos y vamos hasta el extremo, nunca será un desperdicio para el Señor. Un hermano dijo en una ocasión: “Si un creyente toma el camino de moderación cuando recién cree en el Señor, no tendrá futuro espiritual”. Hermanos y hermanas, podemos tener pensamientos de moderación a los diez o veinte años de creer en el Señor, pero un nuevo creyente debe desperdiciarse absolutamente en el Señor. Si usted es un nuevo creyente, debe ofrecerle al Señor todo lo que tiene. Debe derramar sobre el Señor todo el frasco de alabastro de nardo puro. Tiene que sacrificarlo todo de esta manera para que pueda avanzar. Éste fue el entrenamiento que los discípulos recibieron. Tenemos que aprender a sufrir un poco más y a desperdiciarnos un poco más en el Señor y en otros. Como siervos de Dios, debemos ser muy generosos en cuanto al dinero. Debemos seguir adelante con dinero o sin dinero. Aquellos que siempre están contando el dinero no son personas adecuadas para la obra.
En Hechos 3:6 Pedro le dijo al hombre lisiado: “No poseo plata ni oro”. El Señor trajo a Pedro y a Juan a un punto donde podían afirmar: “No poseo plata ni oro”. Aunque en el capítulo 2 vemos que se manejaba mucho dinero, encontramos un testimonio en el capítulo 3: “No poseo plata ni oro”. ¿Qué siguió diciendo Pedro al hombre lisiado? Le dijo “pero lo que tengo, esto te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Ellos estaban tan entrenados que, aunque por sus manos pasaba mucho dinero, aún así podían decir:

“No poseo plata ni oro”. Hermanos y hermanas, si nos entregamos a la obra del Señor, tenemos que ser íntegros con respecto al dinero. Si somos débiles en este asunto, también seremos débiles en otros asuntos. Un factor subyacente que tienen los obreros que son fuertes y estables es que son confiables ante Dios en lo concerniente al dinero. Dios puede confiarles Su obra a tales personas

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