El resultado del quebrantamiento
POR WATCHMAN NEE - LA LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU
CAPITULO 9
- La importancia del quebrantamiento
- Antes y después del quebrantamiento
- Nuestras ocupaciones
- Cómo conocer al hombre
- La iglesia y la obra de Dios
- El quebrantamiento y la disciplina
- La separación que efectúa la revelación
- La impresión que deja el Espíritu
- El resultado del quebrantamiento
EL RESULTADO DEL QUEBRANTAMIENTO
LA DOCILIDAD Y EL QUEBRANTAMIENTO DE LA VOLUNTAD
Dios quebranta al hombre exterior de diferentes maneras en distintas personas, y por eso el Espíritu Santo aplica diferentes clases de disciplina, según la necesidad del individuo. Si la característica predominante de uno es el amor propio, el Espíritu trabaja de manera específica quebrantando ese amor. Cuando el problema es el orgullo, prepara una y otra vez circunstancias diseñadas específicamente para quebrantar ese orgullo. A las personas cuya fuerza radica en su inteligencia humana, Dios permite que cometan errores constantemente, para enseñarles a no confiar en su capacidad y llevarles a confesar: "Mi vida no depende de mi perspicacia, sino de la misericordia de Dios". En ocasiones el problema radica en que uno es demasiado susceptible; en dado caso, Dios ordena circunstancias que acaben con ese problema, así como lo hace para poner fin a las muchas opiniones de los que siempre están llenos de ideas y conceptos. La Biblia dice: "Yo soy Jehová ... ¿habrá algo que sea difícil para mí? (Jer. 32:27). Hay personas que creen que para ellos no hay nada difícil. Nada se les dificulta, y no encuentran un obstáculo lo suficientemente difícil como para hacerles ver su ignorancia e incapacidad. En el caso de éstos, el Espíritu del Señor usa toda clase de situaciones para derrotarlos y tiene que golpearlos repetidas veces para lograr que se humillen y reconozcan que a pesar de su autosuficiencia, son absolutamente incapaces. Son confrontados con cosas que para ellos eran fáciles, pero se les salen de las manos y los dejan avergonzados y humillados. En pocas palabras, el Espíritu opera sabiamente en cada persona de diferente manera, según la necesidad de ésta.
También existe una variación en la frecuencia con que el Espíritu Santo aplica Su disciplina. En el caso de algunos, el Señor usa Su vara cuando es necesario, castigándolos en forma intensa y constante. Con otros, aplica Su disciplina por un tiempo, concediéndoles luego períodos de respiro. Pero una cosa no cambia: el Señor azota a todo aquel que ama. Entre los hijos de Dios deberíamos encontrar las heridas producidas por la corrección del Espíritu Santo. Aunque Dios aplica Su castigo en diferentes áreas, el fin es el mismo, y ya sea que toque algún aspecto externo o interno, siempre causará alguna herida en la persona. Cuando Dios vea necesario tocar el amor propio, el orgullo, la sabiduría o la sensibilidad de alguien, lo hará procurando herir y debilitar al hombre natural. Algunos pueden ser tocados en su parte emotiva y otros en su intelecto, pero el resultado siempre será el quebrantamiento de la voluntad. No importa el área en que uno sea golpeado, esto siempre afectará directamente al yo y a la voluntad. Por lo general, el hombre es necio y su voluntad es obstinada. Esta es impulsada por la mente, las opiniones, el egoísmo, los afectos o la inteligencia. La necedad puede apoyarse en muchas cosas, pero en cada una de ellas se manifiesta una voluntad férrea. De igual manera, los golpes, los castigos y el quebrantamiento del Espíritu Santo pueden variar, pero a la postre, la obra intrínseca del Espíritu tiene el solo objeto de herir el yo y doblegar la voluntad.
Por lo tanto, todo aquel que es subyugado mediante la revelación o la disciplina del Espíritu Santo, muestra una característica: la docilidad. Esta es la señal de una persona quebrantada. Todo aquel que ha sido quebrantado por Dios, es dócil ante El. La cáscara que nos rodea es dura y hermética debido a que hay muchos elementos en nosotros que la fortalecen. Nosotros somos como una casa sostenida por muchas columnas. Pero cuando Dios derriba las columnas una por una, la casa entera se derrumba. Una vez eliminada la estructura exterior, el yo interior se desploma. No debemos pensar que quienes hablan de un modo suave o sumiso no son obstinados. En muchos casos los de voz más apacible, resultan ser los más inflexibles interiormente. Esa dureza se relaciona con el carácter, no con el tono de voz. Muchos que aparentan ser dóciles y tímidos, ante Dios son tan necios, duros, orgullosos y autosuficientes como los demás. Los elementos que sostienen la estructura de ellos pueden variar, pero la estructura interna es la misma. En estos casos, Dios tiene que quitar de en medio los elementos de soporte y quebrantarlos uno por uno, y debe aplicar Su disciplina las veces que sean necesarias. Por Su gracia, después de repetidos golpes, El logrará derribar lo que se resiste a Su obra. Este severo castigo producirá en nosotros el temor de hacer o decir lo mismo una vez más. Ya no tendremos tanta libertad de hablar sin restricción. Puede parecer que la disciplina del Señor sólo afecta el aspecto externo, pero la realidad es que todo nuestro ser se vuelve más dócil y sumiso ante la mano de Dios, y podemos abandonar por completo las prácticas naturales ya juzgadas. Al menos en esas áreas no nos atreveremos a desobedecer más al Señor ni a defender nuestras ideas. Por temor a Dios, no nos atreveremos a actuar por nuestra cuenta, ya que en esa área hemos llegado a ser dóciles. Cuanto más disciplina recibimos, más dóciles y manejables somos. Esta docilidad o flexibilidad indica que la obra de quebrantamiento que Dios realiza se amplía en nosotros y gana terreno en nuestras vidas.
Hay casos en los que un hermano puede tener mucho carisma o aun dones espirituales, pero cuando tenemos comunión con él, percibimos la falta de quebrantamiento en su vida. Hay muchos creyentes en esta condición: tienen dones pero no han sido quebrantados. Cualquiera puede percibir el carácter áspero que tienen; pero después de que son quebrantados, se vuelven dóciles y tratables. Es fácil reconocer la falta de quebrantamiento por la dureza de la persona. Cuando alguien ha sido disciplinado en cierta área de su vida, será liberado de la vanagloria, el orgullo, el abandono y el desenfreno; además, se conducirá con temor y docilidad en tal área.
La Biblia usa muchos símbolos para referirse al Espíritu Santo, como por ejemplo, el fuego y el agua. El fuego denota el poder del Espíritu, mientras que el agua habla de Su pureza. Otro bello símbolo del Espíritu es la paloma. La naturaleza del Espíritu es como la de la paloma, que es dócil, pacífica y mansa, y no expresa dureza alguna. Mientras que el Espíritu de Dios forja Su naturaleza en nuestro ser poco a poco, vamos adquiriendo la naturaleza de la paloma. El hecho de que nos volvemos dóciles y sumisos como resultado de nuestro temor santo, es una señal de la obra de quebrantamiento en nuestro ser.
LAS DIFERENTES MANIFESTACIONES DE LA DOCILIDAD
Una vez que el hombre es quebrantado por el Espíritu Santo, manifestará docilidad, producto de su temor reverente hacia Dios. Cuando otros se relacionen con él, no enfrentarán la dureza, la violencia ni la severidad que anteriormente lo caracterizaba. Aun el tono de su voz y su actitud se suaviza después de recibir la corrección del Señor. Abriga en su interior un temor a Dios que espontáneamente fluye por medio de sus palabras y su actitud, y es transformado en un hombre dócil.
Dispuestos a ser quebrantados
¿Qué es una persona dócil? Es una persona fácil de tratar, alguien a quien le resulta fácil hablar con otros y a quien no se le hace difícil pedir ayuda. A todo aquel que ha sido quebrantado por Dios le resulta fácil confesar sus faltas y aun derramar lágrimas. Para muchos es difícil llorar. No queremos decir que llorar tenga mérito en sí mismo, sino que cuando alguien ha recibido suficiente disciplina de parte de Dios, su manera de ser, su mentalidad, su parte afectiva y su voluntad, han sido tan golpeadas que le resulta fácil ver sus errores y confesarlos. Cualquiera puede hablar con él. Su cáscara exterior ha sido totalmente quebrantada, por lo que mental y afectivamente es capaz de aceptar la opinión, el consejo o las enseñanzas de otros. Es trasladado a otra esfera y está dispuesto a recibir ayuda siempre y en cualquier lugar.
Sensibles
Una persona dócil es una persona sensible. Debido a que su hombre exterior ha sido quebrantado, le resulta fácil liberar su espíritu y tocar el espíritu de otros hermanos. Es tan sensible que puede percibir y reaccionar ante la más mínima acción espiritual. Sus emociones se vuelven tan agudas que distinguen de inmediato lo correcto y lo incorrecto. Tal persona nunca hace nada insensato, desconsiderado ni ofensivo. En cambio, un hermano cuyo hombre exterior está intacto seguirá adelante con su actividad aunque el espíritu de los demás lo desapruebe y se incomode, pues es tan insensible que ni siquiera lo nota. Algunos hacen oraciones interminables que afligen el espíritu de los demás hermanos y hacen que éstos anhelen que dejen de orar, pero continúan sin tener sensibilidad alguna. No responden al sentir de los demás y ni siquiera lo perciben. Esto se debe a que su hombre exterior está intacto. Todo aquel que ha sido verdaderamente quebrantado, puede tocar sin dificultad el espíritu de los demás, percibir su sentir y no actuar en forma insensible, indiferente o desconsiderada.
Unicamente aquellos cuyo hombre exterior haya sido quebrantado, entenderán el significado del Cuerpo de Cristo. Sólo ellos podrán tocar el espíritu del Cuerpo, o sea, el sentir de los demás miembros. Cuando alguien está desprovisto de sentimientos, será como un miembro mecánico. Un brazo artificial se puede mover junto con el cuerpo, pero está desprovisto de toda sensibilidad. Algunos hermanos son semejantes a miembros que no sienten. Aunque todo el Cuerpo perciba algo, ellos permanecen impasibles. Pero una vez que su hombre exterior es quebrantado, reciben la capacidad de tocar la conciencia y el sentir de la iglesia. Su espíritu se abre y pueden percibir el espíritu y el sentir que la iglesia les trasmite. Esta sensibilidad es algo precioso, pues cada vez que nos equivocamos, inmediatamente nos lo indica. Aunque el quebrantamiento del hombre exterior no nos garantiza que seremos infalibles, sí nos hace suficientemente sensibles para detectar nuestros errores. Tal vez los hermanos sepan que estamos equivocados aunque no lo digan; pero cuando hablamos con ellos, nos damos cuenta de nuestro error. Basta con tocar su espíritu para darnos cuenta si aprueban o desaprueban el asunto. Para practicar la vida del Cuerpo es indispensable tener esta sensibilidad; sin ella, es imposible tener la vida corporativa. El Cuerpo de Cristo no toma decisiones debatiendo colectivamente, de la misma manera que los miembros de nuestro cuerpo físico no tienen que discutir hasta llegar a un acuerdo a fin de moverse. Todo lo hacen coordinada y espontáneamente, siguiendo los impulsos del cuerpo, dirigidos por la cabeza. La voluntad de la Cabeza se expresa en la voluntad de todo el Cuerpo. En consecuencia, cuanto más quebrantamiento experimentemos, más fácil nos será ajustarnos al Cuerpo y seguir sus impulsos.
Recibimos a otros con sencillez
El mayor beneficio que recibimos no consiste en que nuestros errores son corregidos, sino en que nuestro espíritu se abre y se libera por medio del quebrantamiento del hombre exterior. Esto nos hace aptos para recibir de otros la provisión del espíritu, y así podemos aceptar con sencillez la ayuda espiritual de cualquier hermano. Pero si nos resistimos al quebrantamiento, no podremos aceptar la ayuda de nadie. Supongamos que un hermano tiene un intelecto muy cultivado que le ha impedido ser quebrantado; esto hará que cuando asista a las reuniones le sea difícil recibir edificación o ayuda, a menos que se encuentre con otro que sea tan intelectual como él. Siempre analizará las palabras del que comparte y, por lo general, las menospreciará, calificándolas como pobres e incoherentes. Su destreza mental le impide recibir ayuda, y así puede pasar largos meses y años. Su mente será como una cáscara impenetrable que le impedirá recibir edificación espiritual; él sólo aceptará ayuda en la esfera intelectual. Pero después de que el Señor se ocupe de su caso y le dé las lecciones necesarias quebrantando su punto fuerte, la dura corteza de su mente se desmoronará, y él reconocerá lo inútil de sus muchos razonamientos; se volverá sencillo como un niño y podrá fácilmente escuchar a los demás. De ahí en adelante, no volverá a despreciar la conversación de los demás hermanos, ni se dedicará a buscar fallas en su pronunciación ni en sus enseñanzas, ni buscará ambigüedades en sus palabras. Por el contrario, podrá tocar con su espíritu el espíritu del orador. Cuando el Señor dirija el espíritu del que ministra, el espíritu del oyente será avivado, y él recibirá edificación. Si el espíritu de un creyente ha sido quebrantado, cuando otros liberen su espíritu recibirá edificación. No me refiero a la edificación en cuanto a doctrina, pues eso es un asunto diferente. Cuanto más quebrantado esté el espíritu, más lo estará el hombre exterior y más ayuda recibirá. Como resultado, al moverse el Espíritu de Dios en un hermano, la persona quebrantada aceptará la ayuda de éste y dejará de criticar y analizar la presentación, exactitud, pronunciación, elocuencia y coherencia del orador. La condición de nuestro espíritu determina cuánta ayuda podemos recibir. Aunque haya hermanos en nuestro derredor, a veces no podemos tocar su espíritu ni recibir edificación de su parte debido a la dureza de nuestra corteza.
¿Qué es la edificación? No es la acumulación de conceptos, ideas o doctrinas, sino un contacto del Espíritu de Dios con el nuestro. El Espíritu de Dios puede brotar de cualquier hermano. Ya sea en una reunión o en privado podemos tener la experiencia de ser alimentados y reconfortados, tan pronto como el Espíritu de Dios se activa en otros. Podemos decir que nuestro espíritu es como un espejo. Cada vez que recibimos edificación, es como si alguien puliera nuestro espíritu y lo hiciera brillar un poco más. La edificación se lleva a cabo cuando nuestro espíritu es tocado por el espíritu de los hermanos o por el Espíritu Santo. Lo que fluye del espíritu de los hermanos nos enciende tan pronto lo tocamos. Nos podemos comparar con una lámpara eléctrica que brilla al pasar por ella la electricidad, independientemente del color de la pantalla y el color de los cables. Nuestro interés no está en el color de la pantalla de la lámpara, sino en que la electricidad circule, y en el hecho de que seamos reconfortados, avivados y nutridos ante Dios. Agradecemos a Dios que podemos experimentar esto y ser personas dispuestas a recibir ayuda. A muchos les resulta difícil recibir ayuda. Si tenemos el deseo de ayudarles, tenemos que orar por ellos para que permitan ser ayudados. Sólo aquellos que son dóciles están dispuestos a recibir ayuda.
Existen dos enfoques diferentes en cuanto a la edificación. Uno es completamente externo y se basa en conceptos, doctrinas y exposición de las Escrituras. Algunos afirman haber recibido ayuda desde este ángulo. El otro enfoque es completamente diferente, pues se basa en el contacto del espíritu de los hermanos. Cuando el espíritu de un creyente toca el de otro, ambos creyentes reciben ayuda. La verdadera edificación cristiana se efectúa de esta manera. Si todo lo que sabemos es escuchar mensajes, entonces puede suceder que si escuchamos un buen mensaje hoy y el siguiente domingo oímos el mismo mensaje, nos aburriremos y estaremos ansiosos por irnos. Pensamos que con escuchar una enseñanza una sola vez es suficiente, pues creemos que la vida cristiana gira en torno a doctrinas. Sin embargo, debemos entender que la edificación se relaciona con el espíritu y no con las doctrinas. Si un hermano comparte un mensaje liberando su espíritu, nos conmoverá, producirá cambios en todo nuestro ser y seremos lavados y vivificados. Si volviéramos a escuchar al mismo hermano predicar y liberar su espíritu, recibiríamos ayuda una vez más. Tal vez el tema nos parezca familiar y las enseñanzas sean las mismas, pero cada vez que libere su espíritu seremos purificados y lavados. Debemos recordar que la edificación se basa en el contacto del espíritu de otros con el nuestro, y no en un aumento de conocimiento. La edificación es un intercambio entre los espíritus de los creyentes, y no tiene nada que ver con las doctrinas ni las enseñanzas del hombre exterior. Lo mejor que podemos decir de las doctrinas y las enseñanzas que no guardan ninguna relación vital con el espíritu es que son letra muerta.
Cuando nuestro hombre exterior ha sido quebrantado, recibimos edificación fácilmente y una abundante provisión de muchas direcciones. Por ejemplo, al brindar ayuda a alguien que se nos acerca en busca de soluciones, nosotros mismos recibimos edificación. Cuando un pecador que busca al Señor acude a nosotros, mientras oramos con él, también nosotros recibimos edificación. Si alguna vez el Señor lo conduce a uno a exhortar a algún hermano que se haya desviado, cuando toquemos su espíritu, recibiremos edificación. Sentiremos que todo el Cuerpo trae la provisión que nos corresponde. Cualquier miembro, sin excepción alguna, nos podrá traer la suministración que necesitemos. Siempre estaremos dispuestos a recibir ayuda. La iglesia en su totalidad será nuestra provisión. ¡Qué caudal de riquezas descubriremos! Podremos decir que las riquezas de Dios, depositadas en Su Cuerpo, vienen a ser nuestras en la práctica. ¡Cuán diferente es esta experiencia de la simple acumulación de doctrinas y conocimiento! ¡La diferencia es enorme!
Cuanto más quebrantado haya sido el hombre natural de un creyente, mayor será su capacidad de recibir y más amplia la esfera del suministro que se le proporcionará. Los que no reciben ayuda de los demás no son necesariamente más fuertes; lo que sí indica su habilidad natural es que la corteza que los rodea es tan dura que no están dispuestos a recibir ayuda de los demás. Para que puedan recibir la ayuda vital de parte de toda la iglesia, primero es necesario que el Señor en Su misericordia, les dé grandes dosis de disciplina y quebrantamiento por medio de Sus efectivos y variados métodos. Todos deberíamos revisar nuestra experiencia y preguntarnos: ¿Somos capaces de recibir ayuda de otros? Si nuestra corteza natural todavía está intacta, no podremos detectar el espíritu de los hermanos cuando éste brota juntamente con el Espíritu Santo. Pero si somos quebrantados, recibiremos ayuda siempre que el espíritu de cualquier hermano actúe. No importa si el espíritu del hermano ejerce su función con extraordinaria fuerza o casi imperceptiblemente, el caso es que lo toquemos, pues tan pronto como lo hacemos, somos reavivados y edificados. Hermanos, debemos darnos cuenta de lo crucial que es el quebrantamiento de nuestro hombre exterior; es un requisito fundamental para poder servir al Señor y para recibir el suministro y la edificación de Dios.
La comunión en el espíritu
La comunión no es un simple intercambio de ideas y opiniones, sino un contacto de nuestro espíritu con el espíritu de los demás. Para poder tocar el espíritu de los hermanos y entender lo que significa la comunión de los santos, es imprescindible que el Señor, por Su misericordia, quebrante nuestra cáscara natural y derribe a nuestro hombre exterior. Sólo así será liberado nuestro espíritu y entenderemos a lo que se refiere la Biblia cuando habla de la comunión del espíritu. A partir de entonces sabremos que la comunión se lleva a cabo en el espíritu, no en la mente, pues no es concordar en opiniones. Sólo cuando tenemos comunión en el espíritu podemos orar en unanimidad. Cuán difícil es que alguien que ora con su mente sin ejercitar su espíritu encuentre a otro que piense igual que él y así puedan orar en armonía. Pienso que ni en todo el universo lo hallaría. Sin duda, la comunión se lleva a cabo en el espíritu. Todo aquel que haya sido regenerado y tenga el Espíritu Santo en él, ciertamente puede tener comunión con los hermanos. Una vez que Dios haya derribado las barreras que nos dividían y haya derrotado nuestro hombre natural, nuestro espíritu quedará abierto para dar y recibir, tocar y ser tocado por los demás. De este modo, participaremos de la comunión del Cuerpo de Cristo. Más aun, nuestro espíritu será parte de Su Cuerpo y nosotros seremos la realidad del Cuerpo. En Salmos 42:7 leemos: "Un abismo llama a otro". Esto significa que "el abismo" que hay en nosotros [lo más profundo de nuestro ser, nuestro espíritu] clama y ansía tocar "el abismo" de los demás, y anhela establecer contacto con "el abismo" que hay en la iglesia. Esta es la comunión entre abismos, es el llamado y la respuesta entre uno y otro. Si nuestro hombre exterior ha sido quebrantado y nuestro hombre interior es liberado, tocaremos el espíritu de la iglesia y el Señor nos podrá usar.
LO GENUINO NO SE PUEDE IMITAR
Ya dijimos que el quebrantamiento del hombre exterior es una experiencia genuina que no se puede falsificar ni imitar; sólo el Espíritu Santo lo puede producir. Cuando decimos que el creyente debe ser manso, no nos referimos a que deba actuar como si lo fuera, pues la mansedumbre no se puede producir por el esfuerzo humano; y si alguien lo lograra, descubriría que esa mansedumbre falsa e inútil tendría que ser eliminada, dado que la mansedumbre que cuenta proviene de la obra del Espíritu Santo. Según nuestra experiencia, ningún logro nuestro tiene validez alguna, ya que lo verdadero es lo que el Espíritu Santo genera. Sólo El conoce nuestra condición y, por ende, prepara las circunstancias del caso con el fin de quebrantarnos.
Nuestra responsabilidad consiste en pedir la iluminación de Dios para reconocer y aceptar Su obra en nuestra vida. Debemos ser sumisos bajo la poderosa mano de Dios y aceptar que El no se equivoca en nada. No deberíamos ser semejantes a una mula sin entendimiento; por el contrario, deberíamos someternos voluntariamente al quebrantamiento y la corrección que vienen de Dios. Cuando presentamos nuestra vida voluntariamente para que Su mano poderosa la moldee, comprendemos que debimos haberlo hecho cinco o diez años antes y nos lamentamos por tanto tiempo perdido. No debemos dejar que pase un día más sin presentarnos a Dios; digámosle: "Señor, todo este tiempo he sido ciego; no entendía de dónde me querías rescatar ni hacia dónde me querías conducir. Ahora entiendo que deseas quebrantarme; por lo tanto, te rindo mi vida completamente". Es posible que dejemos de ser estériles y empecemos hoy mismo a llevar fruto. Además, el Señor iniciará una obra de demolición en muchas áreas de nuestra vida desconocidas incluso para nosotros. Cuando termine esta demolición, habrá quitado de nosotros el orgullo, el amor propio y la vanagloria, de manera que nuestro espíritu podrá liberarse y El lo podrá utilizar, y nosotros podremos usar nuestro espíritu.
Ya que estamos conscientes de que el quebrantamiento es obra exclusiva del Espíritu Santo, entendemos que es inútil tratar de imitarlo, pues tal acción no sería más que nuestro esfuerzo natural. Surge un interrogante en nosotros. Sabiendo que cualquier actividad proviene de la carne, ¿debemos detener todo intento natural de imitar la obra del Espíritu Santo, o debemos esperar a que el Espíritu actúe? ¿Debemos esperar a que venga una gran luz sin procurar limitarla en forma alguna? Lo más indicado sería, sin duda alguna, cesar toda actividad de nuestra carne. Hacer esto es muy diferente a pretender una condición que no tenemos. Por ejemplo, si tenemos la tendencia de ser orgullosos, debemos negar este impulso en nosotros, pero no debemos pretender ser humildes. Si nos enojamos fácilmente, debemos negar nuestro carácter, mas no debemos fingir mansedumbre. Dejar de hacer algo es una restricción preventiva, mientras que pretender que somos de cierta manera, es una acción infructuosa. El orgullo es negativo y debemos eliminarlo, mientras que la humildad es positiva y no podemos imitarla sin caer en el engaño. Supongamos que alguien es muy obstinado, que tiene un tono áspero y una actitud inflexible; es conveniente que controle su aspereza, pero no debería simular que es sumiso. Debemos detener toda actividad y actitud negativa que detectemos en nosotros, pero no tratar de falsificar virtudes positivas que no tengamos. Lo que debemos hacer es ofrecernos al Señor y decirle: "Señor, no deseo tratar de aparentar lo que es Tuyo; confío en que Tú mismo obrarás en mí". Si hacemos esto, el quebrantamiento y la edificación serán una realidad.
Ninguna imitación es una obra genuina de Dios, sino un esfuerzo humano. Por lo tanto, todo buscador genuino debe procurar la realidad interior y no la imitación exterior. Debe permitir que Dios efectúe una obra genuina en su interior, la cual se expresará. Toda actividad meramente externa es falsa, así que, toda clase de imitación humana debe ser desechada, pues no sólo es un fraude para otros, sino también para la persona que lo hace. Una persona que constantemente afirma ser lo que no es, corre el riesgo de llegar a creer su propio engaño, confundiendo así la realidad con lo que afirma ser, hasta quedar enredada en su propio engaño. Mejor es no tratar de aparentar nada y ser sinceros en nuestra conducta, aunque en cierta medida nos conduzcamos en el hombre natural, pues así permitiremos que Dios produzca lo verdadero en nosotros. Debemos ser genuinos en nuestro vivir y en lugar de tratar de aparentar lo genuino, debemos confiar en que el Señor añadirá cada día Sus virtudes a nuestra vida.
Otro problema que encontramos con frecuencia es que algunos expresan ciertas virtudes en la esfera natural. Por ejemplo, algunos son mansos por naturaleza. ¿Cuál es la diferencia entre la mansedumbre natural y la que resulta de la disciplina del Espíritu? Debemos recalcar dos asuntos en relación con esto. En primer lugar, todo lo que es natural es independiente del espíritu, y además, todo lo que viene por medio de la disciplina del Espíritu Santo está bajo el control de nuestro espíritu, y solamente se mueve en coordinación con éste. La mansedumbre natural muchas veces entorpece la acción del espíritu, y todo lo que estorbe la acción del espíritu es obstinado por naturaleza. Si el Señor le indicara a una persona así que se pusiera de pie y diera una exhortación severa, su mansedumbre natural le impediría hacerlo y seguramente diría: "Oh, yo no soy capaz de hacerlo, nunca he hablado así en toda mi vida. Que otro hermano lo haga". En esto podemos ver que en ese momento la mansedumbre natural no está bajo el control del espíritu, ya que todo lo que es natural se rige por su propia voluntad y obstinación, y sigue sus propias inclinaciones y, por ende, no puede ser usado por el espíritu. Sin embargo, la mansedumbre producida por el quebrantamiento es muy diferente, pues no ofrece genuina resistencia al espíritu ni sugiere opinión alguna, ya que es dirigida y usada por él.
En segundo lugar, las personas que son mansas por su carácter y no por el espíritu, sólo son dóciles y sumisas cuando todo está a su favor y bajo su control; pero tan pronto se les pide hacer algo que no les agrada, su actitud cambia y su mansedumbre desaparece. Por consiguiente, ninguna virtud natural incluye la negación del yo; por el contrario, todas ellas promueven la vanagloria. Esta es la razón por la cual siempre que la individualidad de dicha persona se ve amenazada, desaparecen su humildad, su mansedumbre y todas sus "virtudes". Sin embargo, las virtudes que son fruto de la disciplina del Espíritu y del quebrantamiento del yo están en una esfera muy distinta. Cuanto más quebranta Dios el yo, más se manifiestan estas virtudes; cuanto más herida sea la persona, más mansa llega a ser. Existe una diferencia enorme entre las llamadas virtudes naturales y el fruto genuino del Espíritu.
SED FUERTES
Hemos dado énfasis reiteradas veces a la urgencia de que el hombre exterior sea quebrantado. No podemos aparentar ni reemplazar la experiencia del quebrantamiento. Debemos humillarnos bajo la poderosa mano de Dios y aceptar su disciplina, pues sólo por medio del quebrantamiento del hombre exterior, se fortalece el hombre interior. Es posible que algunos hermanos todavía tengan un espíritu débil, pese a que por el quebrantamiento debería ser fuerte. Si éste es el caso, no debe orar pidiendo ser fortalecido. Lo que debe hacer es decirse a sí mismo: "¡Sé fuerte!" Decimos esto con bases sólidas, pues la Biblia nos manda: "¡Fortaleceos!" Es algo asombroso que cuando nuestro hombre exterior ha sido quebrantado podemos ser fuertes cuando queramos. Siempre que la situación lo requiera o que decidamos, seremos tan fuertes como lo determinemos. Compruébelo usted mismo. Siempre que decida que puede hacer algo, lo hará. Tan pronto se resuelva el problema del hombre exterior, también el asunto de la fortaleza se resolverá. Siempre que queramos ser fuertes, lo seremos. De ahí en adelante nadie podrá detenernos.
Lo único que tenemos que hacer es decir que haremos algo o que estamos determinados a realizarlo, y se cumplirá. Con una pequeña decisión de nuestra parte, nos sorprenderemos de lo que podemos lograr. El Señor dice: "Sed fuertes". Si declaramos que somos fuertes en el Señor, indudablemente lo seremos.
Nuestro espíritu se liberará sólo después de que el hombre exterior sea quebrantado. Este es un requisito básico que debe cumplir todo siervo del Señor
La liberación del espíritu, secciones:
Capitulo 1 Capitulo 2
Capitulo 3 Capitulo 4
Capitulo 5 Capitulo 6
Capitulo 7 Capitulo 8
Capitulo 9 Estudios bíblicos
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