La iglesia y la obra de Dios

Predicaciones, enseñanzas, consejos y estudios para que tengas un vigoroso creciemiento espiritual

POR WATCHMAN NEE - LA LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU

CAPITULO 5

  1. La importancia del quebrantamiento
  2. Antes y después del quebrantamiento
  3. Nuestras ocupaciones
  4. Cómo conocer al hombre
  5. La iglesia y la obra de Dios
  6. El quebrantamiento y la disciplina
  7. La separación que efectúa la revelación
  8. La impresión que deja el Espíritu
  9. El resultado del quebrantamiento


LA IGLESIA Y LA OBRA DE DIOS

Si realmente entendemos el carácter de la obra de Dios, reconoceremos que el hombre exterior constituye un gran impedimento para ésta. Digamos que Dios se encuentra restringido por el hombre; por lo tanto, los hijos de Dios deben entender la función de la iglesia y la estrecha relación que ésta guarda con el poder de Dios y con Su obra.

LA MANIFESTACION DE DIOS Y SUS IMPEDIMENTOS

En un momento específico Dios se limitó a Sí mismo tomando forma humana en la persona de Jesús de Nazaret. La carne podía limitar a Dios o podía manifestar Sus riquezas. Antes de la encarnación las riquezas de Dios no tenían límite, pero en la encarnación, tanto Su obra como Su poder quedaron restringidos a esta carne. No obstante, la Biblia nos muestra que la encarnación, lejos de limitar a Dios, fue el medio por el cual Sus riquezas se manifestaron plenamente. Dios manifestó Sus riquezas en ese cuerpo de carne.
En la encarnación Dios se vistió de carne. En la actualidad Dios se ha depositado en la iglesia. Todo Su poder y Su obra se encuentran en la iglesia. En los evangelios vemos que Dios no hizo nada fuera de la carne, pues toda Su obra estaba en las manos del Hijo; de la misma manera, El no hace nada aparte de la iglesia. Dios no actúa en forma independiente, sino exclusivamente por medio de la iglesia. Desde el día de Pentecostés hasta ahora, la obra de Dios se lleva a cabo por medio de la iglesia. De igual manera que en los evangelios se encomendó a Sí mismo sin reservas a una persona, Cristo, así mismo en estos días, se ha encomendado sin reservas e incondicionalmente a la iglesia. ¡Cuán grande es la responsabilidad de la iglesia ante Dios! pues ella puede limitar la obra y manifestación de Dios.
Jesús de Nazaret era Dios mismo. Dios se manifestó en El plenamente y sin limitaciones, pues todo Su ser, Su interior y Su exterior, estaba lleno de Dios. Sus emociones y Sus pensamientos eran las emociones y los pensamientos de Dios. Mientras estuvo en la tierra nunca hizo Su voluntad, sino la de Aquél que lo había enviado (Jn. 6:38). El Hijo no hizo nada por Sí mismo, sino lo que vio hacer al Padre (5:19). Todo lo que oyó del Padre lo habló al mundo (8:26). En El vemos a un hombre en quien Dios se confió. Dios pudo decir que El era el Verbo hecho carne; Dios hecho hombre en plenitud. El día que Dios quiso infundir Su vida a todos los hombres, Jesús respondió en seguida: "Si el grano de trigo ... muere, lleva mucho fruto" (12:24). El liberaba la vida de Dios que estaba en Su interior, y no representó un obstáculo ni un estorbo para esta vida. Ahora Dios ha escogido a la iglesia para que sea Su recipiente y ha depositado en ella Su poder, Su obra y Su misma persona. El desea fluir y expresarse por medio de la iglesia. Por lo tanto, hoy la iglesia es el oráculo de Dios y el vaso por medio del cual manifiesta Su poder y lleva a cabo Su obra. Si la iglesia proporciona a Dios la libertad para actuar, El expresará Su poder y efectuará Su obra por medio de ella. Pero si ella no lo hace, Dios será restringido.
Las enseñanzas fundamentales de los evangelios revelan que Dios estaba en un hombre, mientras que las de las epístolas manifiestan que Dios está en la iglesia. En los evangelios hallamos a Dios en un solo hombre, Jesucristo; pero en las epístolas lo encontramos únicamente en la iglesia, y no en una organización o congregación. Que nuestros ojos puedan ver este hecho glorioso, que Dios solamente se encuentra en la iglesia.
Una vez que veamos esto, espontáneamente levantaremos nuestros ojos hacia el cielo y diremos: "Dios mío, ¡cuánto te hemos limitado!" Cuando el Dios todopoderoso moraba en Cristo, seguía siendo el todopoderoso, ya que éste nunca lo limitó. Dios desea seguir siendo el Dios todopoderoso e infinito mientras mora en la iglesia; ésa es Su meta. Dios quiere expresarse libremente por medio de la iglesia como lo hizo por medio de Cristo. De manera que si la iglesia se limita, limitará a Dios, y si es débil, debilitará a Dios. Este es un asunto muy serio. Decimos esto con humildad y respeto. En términos sencillos, cualquier obstáculo nuestro presentará un obstáculo para Dios, y cualquier limitación nuestra limitará a Dios. Si Dios no se expresa por medio de la iglesia, no podrá avanzar, pues El actúa hoy por medio de la iglesia.
¿Por qué es tan importante la disciplina del Espíritu Santo y la separación del alma y el espíritu? ¿Por qué debe ser quebrantado el hombre exterior por la obra disciplinaria del Espíritu Santo? Porque Dios necesita que nosotros seamos Sus canales. No debemos tener el concepto de que esto es meramente una experiencia personal de edificación espiritual, pues es un asunto crucial y está íntimamente relacionado con el mover y la obra de Dios. ¿Hemos de limitar a Dios o vamos a darle completa libertad en nosotros? Dios tendrá completa libertad en nosotros solamente cuando hayamos sido quebrantados.
Si como iglesia hemos de proporcionar a Dios toda la libertad para actuar, debemos permitir que nos despoje y quebrante nuestro hombre exterior. El mayor obstáculo para Dios es nuestro hombre exterior. Si el asunto de nuestro hombre exterior no se resuelve, la iglesia no podrá ser un canal para que Dios fluya. Si por la gracia de Dios nuestro hombre exterior es quebrantado, Dios nos usará ilimitadamente como canales para Su obra.

EL QUEBRANTAMIENTO Y LA OBRA DE DIOS

Después de que el hombre exterior ha sido quebrantado, ¿cómo se acerca uno a la Palabra de Dios? ¿Cómo puede uno ministrar la Palabra y predicar el evangelio? Examinemos ahora las respuestas a estas preguntas.

El estudio de la Palabra

He aquí un principio innegable al estudiar la Palabra de Dios: la clase de persona que uno es determina la clase de Biblia que percibe. Muchos van a la Palabra dependiendo de su mente, la cual es confusa, rebelde y aparentemente ágil. Por lo tanto, no tocan el espíritu de la Palabra; lo que obtienen de ella es producto de su mente. Si queremos tocar al Señor al estudiar la Biblia, nuestra mente rebelde y llena de opiniones debe ser quebrantada. Tal vez creamos que tenemos una mente privilegiada, pero esto en vez de ayudar será un gran obstáculo para Dios. No importa cuán inteligentes seamos, nunca podremos conocer los pensamientos de Dios con nuestra mente natural.
Al estudiar la Biblia debemos cumplir por lo menos dos requisitos. Primero, nuestros pensamientos deben compenetrarse con los pensamientos de la Biblia; y segundo, nuestro espíritu se debe compenetrar con el espíritu de la Biblia. Debemos identificarnos con la línea de pensamiento que tuvieron sus escritores, hombres como Pablo y Juan, entrar en sus pensamientos, y desarrollar la línea que ellos comenzaron. Debemos hacer nuestros los pensamientos que los inspiraron a ellos, seguir sus razonamientos y detenernos en las mismas enseñanzas que ellos. Nuestros pensamientos deben acoplarse a los de ellos como si fueran dos piñones que engranan perfectamente. Nuestros pensamientos deben penetrar el pensamiento de Pablo y el de Juan. Cuando nuestra mentalidad se compenetra con el pensamiento bíblico y se hace uno con la inspiración divina podemos entender lo que la Biblia revela.
Muchas personas leen la Biblia valiéndose exclusivamente de su mente. Procuran obtener en ella ideas y material que apoye sus muchas doctrinas preconcebidas. Cuando una persona experimentada oye a alguien compartir de alguna porción bíblica, podrá discernir si su enseñanza proviene de su mente, o si en realidad es el pensamiento genuino de la Biblia. Hay una gran diferencia entre estas dos clases de predicación. De hecho, pertenecen a dos mundos diferentes. El predicador puede ser muy apegado a la Biblia y sus mensajes muy atrayentes, pero sus pensamientos son contrarios al pensamiento de la Biblia y son incompatibles con ella. Sin embargo, hay una manera correcta de compartir la Palabra, aunque pocos la practican. Para que nuestros pensamientos sean uno con los de la Palabra, nuestro hombre exterior debe haber sido quebrantado. Si tal no es el caso, ni siquiera podremos leer las Escrituras. No debemos pensar que nuestro estudio de la Biblia es escaso, debido a que no contamos con la persona que nos pueda enseñar. Debemos reconocer que el problema está en nosotros, pues nuestros pensamientos no han sido subyugados por Dios. Tan pronto como somos quebrantados, nuestras actividades y conceptos cesan, comenzamos a tocar el pensamiento del Señor de manera gradual, y seguimos la línea de pensamiento que inspiró a los escritores bíblicos, hasta llegar a pensar como ellos. Para entrar en el pensamiento de la Biblia, es indispensable que nuestro hombre exterior sea quebrantado y deje así de ser un obstáculo para Dios.
Al estudiar la Biblia nuestros pensamientos deben compenetrarse con los de los escritores bíblicos y con los del Espíritu Santo, pero éste es sólo el primer paso. Si no damos este paso no podemos estudiar la Biblia; no obstante, aun después de darlo es posible leer la Biblia incorrectamente. La Biblia consta de pensamientos o enseñanzas, pero su aspecto más importante es que el Espíritu de Dios es liberado por medio de ella. Esta fue la experiencia que tuvieron Pedro, Juan, Mateo, Marcos y los demás escritores. Mientras estos hombres escribían bajo la inspiración del Espíritu Santo, seguían un delineamiento específico; con todo, sus espíritus iban ligados a la inspiración que recibían del Espíritu Santo. El mundo no puede entender que el Espíritu está detrás de la Escritura. Cuando el Espíritu es liberado es como si los profetas mismos estuvieran vivos y se dirigieran a nosotros una vez más. Si los oímos hoy, vemos que lo que dicen no sólo consta de palabras e ideas, sino de algo más, algo misterioso e inexplicable, que sabemos, en lo más recóndito de nuestro ser, es el Espíritu. Así que la Biblia es más que palabras; es la liberación del Espíritu. Por lo tanto, el requisito más básico y crucial al estudiar la Biblia es liberar nuestro espíritu para tocar el espíritu que está en ella. Sólo así podremos entender realmente la Palabra de Dios.
Supongamos que un niño travieso rompe un vidrio de la casa de un vecino. El dueño de la vivienda sale y lo regaña duramente. Cuando la madre del niño se entera de la travesura, también ella lo amonesta. Aunque ambos regañan al muchacho, hay una marcada diferencia entre el regaño del vecino y el de la madre. El dueño de la casa lo regaña ásperamente con un espíritu de ira, mientras que la madre lo hace en amor, esperando instruir y educar a su hijo. Los espíritus de ambos son completamente diferentes.
Aunque éste es un ejemplo sencillo, nos da luz para entender este principio. El Espíritu que inspiró la Biblia es mucho mayor que el "espíritu" de este ejemplo. Es el Espíritu eterno y el mismo que permanece con nosotros. La Palabra de Dios está impregnada de este Espíritu. Cuando nuestro hombre exterior ha sido quebrantado y nuestro espíritu es liberado, no sólo nuestros pensamientos serán uno con el pensamiento de la Palabra, sino que todo nuestro ser tocará el Espíritu mismo de la Biblia. Pero si no liberamos nuestro espíritu, y permanecemos aislados del espíritu de los autores de la Biblia, nunca entenderemos cabalmente la Palabra de Dios, y ésta será sólo letra muerta en nuestras manos. Por lo tanto, debemos recalcar una vez más la importancia de que nuestro hombre exterior sea quebrantado, pues sólo así nuestros pensamientos serán fructíferos, nuestro espíritu será liberado y no restringiremos a Dios ni seremos un obstáculo para El. Inclusive mientras estudiamos la Biblia estorbamos a Dios y lo limitamos.

El ministerio de la Palabra

Por un lado, Dios desea que entendamos Su palabra, pues esto es básico para Su obra; por otro, El intenta depositar Sus palabras en nuestro espíritu, para que éstas sean la carga que ministremos a la iglesia. En Hechos 6:4 dice: "Y nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra". Ministrar equivale a servir; esto significa que el ministerio de la Palabra de Dios es un servicio que se da a los hombres.
Tenemos el problema de que muchas veces no podemos comunicar las palabras del Señor que están en nosotros. Hay hermanos que tienen la Palabra, una carga genuina en su espíritu y el deseo de comunicarla a los demás, pero al subir a la plataforma, no son capaces de compartir dicha carga. Aun después de una hora de disertación, la carga continúa ahí, y el hombre exterior es incapaz de expresar la carga que tiene en su interior. Aunque procuran aliviar la carga comunicando el mensaje que tienen, el hombre exterior no encuentra las palabras adecuadas. Aunque hablen por un buen rato, su carga permanece inmutable. Por fin tienen que marcharse con la misma carga con que llegaron. La única explicación de esto es que su hombre exterior no ha sido quebrantado. Por lo tanto, no puede cooperar con su hombre interior; por el contrario, es un obstáculo para él.
Cuando nuestro hombre exterior ha sido quebrantado, las palabras no constituyen un problema, pues siempre que tenemos una carga en nuestro interior, el hombre exterior encuentra las palabras adecuadas para expresarla. Cuando enunciamos las palabras, la carga interior es aliviada. Cuanto más hablamos más ligeros nos sentimos. Entenderemos que nuestra función es servir la Palabra de Dios a la iglesia. Por lo tanto, las palabras deben expresar exactamente los pensamientos y la carga interior. Si nuestro hombre exterior no ha sido quebrantado, no cederá el paso al espíritu ni detectará sus indicaciones. Cuando el hombre exterior trate de sondear el sentir del hombre interior, no percibirá nada ni hallará las palabras exactas, Dios no podrá brotar y la iglesia no recibirá ninguna ayuda.
No olvidemos que el hombre exterior constituye el mayor obstáculo para el ministerio de la Palabra. Muchos piensan que la perspicacia es útil, pero están completamente equivocados. No importa cuán perspicaz sea una persona, su hombre exterior nunca podrá reemplazar a su espíritu. Sólo si el hombre exterior ha sido quebrantado y subyugado, podrá el hombre interior encontrar los pensamientos y las palabras apropiadas para aliviar su carga. La corteza que rodea al hombre interior debe ser quebrantada, pues cuanto más sea quebrantada más vida brotará del espíritu. Pero si la corteza permanece intacta, la carga permanecerá dentro, y ni la vida de Dios ni Su poder podrán fluir hacia la iglesia. En esta condición la persona no es apta para servir como ministro de la Palabra. El principal canal para que la vida y el poder de Dios broten, es el ministerio de la Palabra. Si el hombre exterior no es golpeado y no tiene heridas abiertas, el hombre interior no encontrará salida. Y aquellos que vengan a recibir ayuda por medio de su mensaje, escucharán las palabras, pero no tocarán la vida. El que ministra puede estar ansioso por compartir su carga, pero los que escuchan no recibirán nada; él podrá tener un mensaje en su interior, pero no podrá expresarlo porque su hombre exterior estará bloqueando el camino.
Encontramos un ejemplo precioso en la vida del Señor Jesús. El evangelio narra que una persona que tocó Sus vestiduras, recibió una infusión de Su poder. El borde de Su vestidura representa la parte externa de Su ser. La persona pudo sentir el poder del Señor aun en lo más externo de El. El problema que muchos tenemos es que aunque la vida de Dios está en nosotros, ésta no puede fluir. Tenemos la palabra en nosotros, pero no podemos comunicarla, debido a que los obstáculos que nos rodean la aprisionan. No sólo la Palabra de Dios permanece restringida, sino que Dios mismo no encuentra libertad para fluir por medio de nosotros.

La predicación del evangelio

Muchos tienen el concepto de que un hombre cree en el evangelio cuando oye una enseñanza acertada o cuando es conmovido; pero este concepto está muy lejos de la verdad. Tanto aquellos que aceptan al Señor por sus emociones, como los que son persuadidos intelectualmente, casi nunca permanecen. Aunque la emoción y la mente tienen parte, éstas no son suficientes para una salvación genuina. Lo que hace que un pecador caiga a los pies del Señor y sea salvo, es la luz que transmite el espíritu del que ministra. Tan pronto como nuestro espíritu brota, llegamos a los pecadores. Esta es la razón por la cual debemos liberar nuestro espíritu cuando predicamos el evangelio.
Un minero era usado grandemente por el Señor en la predicación del evangelio. El escribió el libro titulado Visto y oído, en el cual narra las experiencias que tuvo cuando predicaba el evangelio. Muchos fuimos profundamente conmovidos por dicho libro. Aunque era un hombre sin mucha preparación y sin mucho talento, el Señor lo usó grandemente debido a su absoluta consagración. ¿Qué tenía de especial este hermano? Que había sido quebrantado y podía liberar su espíritu fácilmente. Empezó a predicar el evangelio a los 23 años, edad en que fue salvo. En una reunión oyó algo que puso un ardiente deseo de salvar pecadores, por lo que pidió que le permitieran hablar. Después de pararse al frente, aunque su corazón ardía por el deseo de salvar a los pecadores, no le salían las palabras. Sus lágrimas brotaron profusamente y al final sólo pudo proferir unas cuantas frases. Sin embargo, el espíritu de Dios saturó aquella sala y todos fueron convictos de sus pecados y de su condición rebelde. Aquí vemos a un hombre que a pesar de su juventud había sido completamente quebrantado. Tal vez no podía decir mucho, pero cuando liberaba su espíritu los hombres se salvaban. El guió a muchos a la salvación durante toda su vida. Al leer su biografía, podemos ver que era un hombre cuyo espíritu era liberado sin impedimentos.
Esta es la manera de predicar el evangelio. Mientras la dureza del hombre exterior permanezca intacta, el espíritu no podrá ser liberado. Si al ver a las personas perdidas uno es compelido a hacer algo por salvarlas, esto indica que su espíritu es liberado. Este es un asunto básico. La predicación del evangelio está íntimamente relacionada con el quebrantamiento del hombre exterior. Sólo si nuestro hombre exterior ha sido quebrantado, podemos liberar el espíritu y tocar a otros; es nuestro espíritu el que toca el espíritu de los demás. Es el Espíritu de Dios el que penetra la oscuridad del hombre. Cuando esto sucede, no hay poder que pueda impedir que el hombre sea salvo. Pero cuando el hombre exterior limita al espíritu, Dios no tiene manera de fluir por medio de nosotros, y el evangelio no puede ser liberado. Esta es la razón por la cual damos énfasis al quebrantamiento del hombre exterior, pues en éste radican todos nuestros problemas. Si no hemos experimentado el quebrantamiento, será inútil que memoricemos muchas doctrinas. Lo único que traerá salvación a los hombres es que nuestro espíritu toque el de ellos. Cuando esto sucede, caen postrados ante el Señor.
Estos días Dios ha venido recobrando muchas cosas. Dios no desea ver a una persona salva esperar muchos años antes de confesar sus pecados, ni que pasen muchos años antes de que los creyentes se consagren al Señor o respondan a Su llamado para seguirle. La manera en que el Señor obra es recobrar al hombre. El evangelio también debe ser recobrado, al igual que el fruto de este evangelio. Tan pronto como un hombre es salvo, debe ser librado del pecado y consagrarse por completo al Señor. Además, debe romper el poder que las riquezas tengan sobre él. Su historia debería ser semejante a la de las personas que el Señor salvó, y que se mencionan en los evangelios y en Hechos. Si el evangelio es recobrado, todo aquel que lo anuncie deberá llegar a ser un canal por el cual el Señor fluya.
Estamos seguros de que a medida que el Señor avance en Su recobro, el evangelio de la gracia llegará a ser uno con el evangelio del reino. En los evangelios no encontramos una línea divisoria entre el evangelio de la gracia y el evangelio del reino. Sin embargo, posteriormente surgió la tendencia a hacer hincapié en el evangelio de la gracia y olvidar el evangelio del reino. Era como si se hubieran separado estos dos. Pero vendrá el día cuando la unidad de los dos evangelios será restaurada. Aquellos que el Señor ha recobrado, también deben dejar todo por El y consagrarse a El plenamente. Así, los hombres no se salvarán de una manera pobre sino de una manera sólida y absoluta.
Tenemos que humillarnos delante del Señor y decir: "El evangelio debe ser recobrado, y de la misma manera, los que predican el evangelio deben ser restaurados". Debemos permitir que Dios obre por medio de nosotros para que el evangelio llegue a los hombres. Para predicar este evangelio se requiere un poder muy grande, aunque también se requiere un precio muy alto. Si anhelamos que tanto el evangelio como los que lo predican sean recobrados, debemos entregar todo al Señor y decirle: "Señor, te entrego todo a Ti. Oro pidiendo que encuentres la manera de obrar en mí para que la iglesia también la encuentre; no quiero ser un obstáculo para Ti ni para la iglesia".
El Señor Jesús nunca representó una limitación para Dios en nada. De la misma manera, la iglesia tampoco debe limitar al Señor en ningún aspecto. Dios ha estado obrando en la iglesia por dos mil años con la intención de que así como Cristo le manifestó y no lo restringió, así mismo suceda con la iglesia. Dios ha estado enseñando, quebrantando, despojando y transformando a Sus hijos continuamente. Esta es Su manera de obrar en la iglesia y continuará llevando adelante esta obra, hasta lograr que la iglesia no lo limite, sino que lo manifieste y lo exprese. Sólo nos resta inclinar nuestro rostro y decir: "Señor, estamos avergonzados por haber retrasado tanto Tu obra, por haber estorbado tanto Tu vida, Tu evangelio y Tu poder". Cada uno de nosotros debería decir al Señor: "Señor, te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo. Te pido que te abras paso en mi vida". Si anhelamos ver el recobro absoluto del evangelio, debemos tener una consagración absoluta. Sería inútil sólo lamentarnos porque nuestro evangelio no sea tan poderoso como lo fue el de la iglesia neotestamentaria. Debemos reconocer cuán pobre es nuestra consagración, pues no es incondicional como la de los santos de la iglesia primitiva. Para que el evangelio sea recobrado, es necesario restaurar la consagración; ambos deben ser absolutos y genuinos. Pueda el Señor abrirse un canal por el cual fluir a través de nosotros.

La liberación del espíritu, secciones:

Capitulo 1 Capitulo 2
Capitulo 3 Capitulo 4
Capitulo 5 Capitulo 6
Capitulo 7 Capitulo 8
Capitulo 9 Estudios bíblicos

« Crecimiento Espiritual