Como conocer al hombre
POR WATCHMAN NEE - LA LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU
CAPITULO 4
- La importancia del quebrantamiento
- Antes y después del quebrantamiento
- Nuestras ocupaciones
- Cómo conocer al hombre
- La iglesia y la obra de Dios
- El quebrantamiento y la disciplina
- La separación que efectúa la revelación
- La impresión que deja el Espíritu
- El resultado del quebrantamiento
COMO CONOCER AL HOMBRE
Es vital que todo obrero del Señor conozca al hombre. Cuando una persona viene a nosotros, deberíamos percibir su condición espiritual, qué clase de persona es y su nivel de transformación. Debemos discernir si sus palabras concuerdan con la intención de su corazón o si trata de ocultarnos algo, y debemos percibir sus características, si es obstinado o humilde y aun si su humildad es genuina o falsa. La efectividad de nuestra obra depende en gran parte del discernimiento que tengamos de la condición espiritual de otros. Si el Espíritu de Dios capacita a nuestro espíritu para que conozca la condición de quienes se nos acercan, seremos aptos para darles la palabra exacta que necesiten.
En el relato de los evangelios vemos que cada vez que alguien venía al Señor, El le daba la palabra precisa. ¡Esto es maravilloso! El Señor no le habló a la mujer samaritana acerca de la regeneración ni a Nicodemo del agua viva. La verdad de la regeneración era para Nicodemo y la del agua viva para la samaritana. ¡Cuán exactas fueron sus palabras! El hizo un llamamiento a los que no le seguían y a los que deseaban seguirle les habló de llevar la cruz. Cuando alguien se ofreció de voluntario, le habló del alto precio que había que pagar, y cuando uno estuvo indeciso de seguirle le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". El Señor siempre tuvo la palabra precisa para cada caso, ya fuera para aquellos que venían a El con un corazón que le buscaba con sinceridad o para los que sólo se acercaban por mera curiosidad o para tentarle, pues conocía perfectamente a todos. El está muy por encima de nosotros en cuanto a la manera de conocer a los hombres; por consiguiente, debemos tomarlo como nuestro modelo, aunque nos encontramos muy por debajo de Su norma. De todos modos debemos seguir Su ejemplo. Que el Señor nos conceda Su misericordia para que aprendamos de El la manera de conocer a los hombres como El los conoce.
Si dejamos que un hermano que no tiene discernimiento se encargue de un alma, no sabrá cómo hacerlo. Sólo le hablará de su experiencia personal. Si tiene cierto sentir y un tema favorito, de eso hablará con todo el que se encuentre. ¿Cómo espera esta persona efectividad en su labor? Ningún médico prescribe la misma receta a todos sus pacientes. Desafortunadamente, muchos siervos de Dios tienen una sola receta. No tienen la capacidad de diagnosticar acertadamente las diferentes dolencias de otros; aun así, tratan de sanarlos. No saben que el hombre puede tener problemas complejos, ya que nunca han sido adiestrados para discernir la condición espiritual del ser humano, y creen tener la medicina apropiada para todos. ¡Qué insensatez! No esperemos sanar con la misma medicina todas las enfermedades espirituales. Eso es imposible.
No debemos pensar que sólo aquellos que tienen poca capacidad de percepción tienen dificultad para discernir al hombre, ni que los que son perspicaces podrán hacerlo fácilmente, pues ni los perspicaces ni los que no lo son tienen el debido discernimiento. Conocer a los hombres no depende de la mente ni de los sentimientos. No importa cuán aguda sea nuestra mente, esto no nos capacita para penetrar hasta lo más íntimo del hombre a fin de escudriñar su condición.
Cuando un obrero cristiano se relaciona con una persona, la tarea primordial y básica es percibir la verdadera condición de ella ante Dios. Muchas veces ni el paciente mismo sabe cuál es su enfermedad. Tal vez piense que su problema radica en su cabeza, pues ésta le duele, sin saber que eso puede ser sólo un síntoma de otra enfermedad. No sólo porque sienta su frente caliente, significa que tenga fiebre. Lo que el paciente diga tal vez no sea confiable. Muy pocos pacientes saben realmente qué enfermedad tienen. Es por eso que necesitan que nosotros les diagnostiquemos qué tienen y les demos el tratamiento correspondiente. Es posible que ellos no puedan decir con exactitud cuál sea su condición. Sólo quienes han estudiado medicina, esto es, los que han sido adiestrados para discernir los problemas espirituales, pueden diagnosticar acertadamente el padecimiento de la persona y recetar el tratamiento correspondiente.
Cuando formulamos un diagnóstico, debemos estar seguros de lo que estamos diciendo. No podemos diagnosticar apresuradamente. Una persona encerrada en su propia experiencia insistirá en que el mal que otro tiene es el que ella se imagina. Así que, corre el riesgo de asignar una enfermedad que la otra persona no tiene. Por lo general, la persona enferma o con problemas, desconoce su condición, y necesita que se le indique cuál es. Por consiguiente, nunca debemos ser subjetivos al diagnosticar.
Sólo si discernimos el problema específico de los hermanos y les recetamos la medicina adecuada, seremos aptos para ayudarles. Si nuestro diagnóstico es acertado, les podemos ayudar. En ocasiones nos enfrentamos a problemas que están fuera de nuestro alcance, pero por lo menos sabemos con certeza en qué dirección ir. Algunos casos están dentro de nuestra posibilidad de ayudar, pero otros no. En tales circunstancias, no debemos ser necios pensando que podemos ayudarle a todo el mundo en todos los casos. Cuando nos sintamos en condición de ayudar a algún hermano en su problema espiritual, hagámoslo con todo nuestro corazón; pero cuando descubramos un caso que esté fuera de nuestro alcance, debemos reconocerlo y decirle al Señor: "No puedo resolver este problema; no soy capaz de atender a este enfermo; no estoy capacitado para afrontar esta situación. Ten misericordia de él". Tal vez en ese momento recordemos la función específica de ciertos miembros del Cuerpo que son idóneos en el tratamiento de casos como éste, y reconozcamos que ellos son los indicados para ocuparse de él y lo dejemos al cuidado de ellos. Si estamos conscientes de nuestras limitaciones, sabremos que esto será lo más indicado, pues sería insensato pretender monopolizar toda la obra espiritual; tenemos que aceptar nuestras limitaciones y, a la vez, darles su lugar a otros hermanos para que funcionen y comuniquen algún suministro al Cuerpo. Debemos tener la humildad de decir a estos hermanos: "No tengo la capacidad para resolver esto, usted es la persona indicada para hacerlo". Este es el principio básico del Cuerpo, el principio de laborar juntos, y no independientemente.
Todo el que labora para el Señor y sirve a Dios debe aprender a conocer al hombre. Aquellos que no son capaces de discernir la condición espiritual de otros, no son aptos para la obra. Es lamentable que la vida de muchas personas sea arruinada por las acciones de hermanos incompetentes, los cuales son incapaces de proporcionar ayuda espiritual. Ellos no pueden satisfacer las necesidades objetivas de los creyentes, sólo procuran imponer sus puntos de vista personales. Este es el problema más serio que afrontamos, pues por lo general diagnostican una enfermedad que el creyente en realidad no padece, e insisten en ello. Nuestra responsabilidad es aprender a detectar la verdadera condición espiritual de las personas. Si no podemos detectarla con exactitud, no seremos aptos para ayudar a los hijos de Dios.
LAS HERRAMIENTAS PARA CONOCER A LA GENTE
Cuando un doctor formula un diagnóstico en cuanto a un paciente, se vale de muchos instrumentos. Sin embargo, nosotros no contamos con ninguno. No tenemos termómetros ni rayos X ni ningún aparato que analice la condición espiritual de la gente. ¿Cómo podemos entonces determinar si un hermano está enfermo espiritualmente o no? ¿Cómo podemos formular un diagnóstico? Aquí es donde Dios interviene. Dios transforma todo nuestro ser en un verdadero instrumento de medición, obrando en nosotros para lograr que podamos examinar a otros y determinar si están enfermos y cuál es el carácter de su enfermedad. Esta es la manera en que Dios nos usa. Podríamos decir que éste es un trabajo más especializado que el de un médico. Debemos estar conscientes de la seria responsabilidad que esto implica.
Supongamos que un doctor no cuenta con un termómetro, entonces tocará al paciente con la mano para determinar si tiene fiebre o no; su mano le servirá de termómetro. Si tal es el caso, su mano debe ser muy sensitiva y precisa. Esto es exactamente lo que sucede en el terreno espiritual. Nosotros somos los termómetros y los instrumentos médicos; por lo tanto, necesitamos un entrenamiento profundo en nuestra relación con los creyentes. Si no hemos sido tocados en alguna área, no podremos tocar esa área en los demás; tampoco podremos ayudar a otros con lecciones que nosotros mismos no hemos aprendido. Primero debemos asimilarlas nosotros delante del Señor. Cuanto mejor las aprendamos, más nos usará el Señor. Por el contrario, si no estamos dispuestos a recibir las lecciones, a pagar el precio y a que nuestro orgullo, estrechez, opiniones y sentimientos sean quebrantados, Dios no podrá utilizarnos. Si encubrimos algo de nuestro yo, no seremos capaces de descubrirlo en otros. Una persona orgullosa no puede adiestrar a otra que está en la misma condición, de la misma manera que una persona cerrada no puede ayudar a otra que tenga ese mismo problema. Una persona falsa no puede tocar la falsedad de otros, ni un perezoso puede ayudar a otro. Si todavía queda en nosotros alguna debilidad, no podremos censurar eso mismo en otros, ni detectarlo, y mucho menos brindarles ayuda al respecto. Puede suceder que un médico cure a otros a pesar de que él mismo esté enfermo. No obstante, en el terreno espiritual esto no sucede. El obrero tiene que ser el paciente primero; debe sanar de la enfermedad para después poder ayudar a los que padezcan de eso mismo. Nunca logrará que otros vean lo que él mismo no ha visto, ni podrá producir en otros experiencias que él mismo no ha tenido, ni que aprendan lecciones que él no ha aprendido.
Debemos ver que ante el Señor, nosotros somos los instrumentos que Dios utiliza para discernir a los hombres. Por lo tanto, nuestra persona, nuestra percepción y nuestros juicios, deben ser confiables. Para que esto se dé, debemos pedirle al Señor que no nos deje como estamos. Debemos permitir que Dios produzca en nosotros algo que ni siquiera nos hemos imaginado, que obre en nosotros a tal grado que le podamos ser útiles. Si un termómetro no es exacto al indicar la temperatura, con seguridad el médico no lo usará. Cuando tratamos de discernir los problemas espirituales de los creyentes, nos enfrentamos con un asunto mucho más serio que diagnosticar enfermedades físicas. Para llegar a ser útiles tenemos que ser quebrantados por Dios, debido a que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras opiniones son muy inestables e imprecisas.
¿Nos damos cuenta de la seriedad que conlleva nuestra responsabilidad? El Espíritu de Dios no obra directamente en el hombre. Siempre lo hace por medio de otros hombres. Aunque la disciplina del Espíritu Santo proporciona al creyente lo que éste necesita, siempre obra por medio del ministerio, esto es, el ministerio de la palabra. Sin el ministerio de la palabra, los problemas espirituales de los hermanos no podrían resolverse. Esta es la seria responsabilidad que pesa sobre nosotros. La provisión de la iglesia depende de que seamos personas útiles a Dios.
Supongamos que cierta enfermedad siempre provoca temperaturas de 39 grados. El doctor no puede, con el solo contacto de su mano, decir que el paciente tiene una temperatura de aproximadamente 39 grados. Tenemos que ser muy exactos para estar seguros de determinar con certeza la temperatura exacta antes de afirmar que el paciente padece la enfermedad asociada con esa temperatura. Ya que Dios nos usa para diagnosticar la enfermedad de un creyente, necesitamos la debida capacitación por parte del Señor. Aun así, es muy arriesgado diagnosticar con base en nuestra percepción, nuestras ideas, nuestra opinión o nuestro entendimiento espiritual; ya que éstos pueden estar equivocados. Pero si somos exactos y confiables, el Espíritu de Dios fluirá de nosotros.
El comienzo de toda obra espiritual se basa en un proceso de ajuste y calibración ante el Señor. Todo termómetro debe ser fabricado de acuerdo con ciertas normas. Debe ser probado cuidadosamente, y satisfacer el nivel de calidad para que pueda ser confiable y exacto al tomar la temperatura. Ya que nosotros funcionamos como termómetros de Dios, debemos ser confiables y valiosos y, para ello, tenemos que ser calibrados por el proceso más estricto de quebrantamiento. Ya que nosotros somos los médicos y los instrumentos de Dios, debemos aprender estas lecciones cabalmente.
COMO CONOCER AL HOMBRE: EN CUANTO AL PACIENTE
Para determinar la condición de un paciente, debemos tomar en cuenta dos puntos de vista: el paciente y nosotros mismos.
En cuanto al paciente, ¿cómo podemos determinar su enfermedad? Si queremos detectar su enfermedad primero debemos descubrir su característica más notoria, la más obvia. Esta saltará a la vista aunque trate a toda costa de ocultarla. Una persona orgullosa será delatada por su propio orgullo; aunque trate de actuar humildemente, no podrá disfrazar su orgullo. Una persona triste expresará su tristeza aun en su sonrisa. Un hecho invariable es que lo que una persona sea determinará tanto la expresión de su rostro como la impresión que deje en todo el que tenga contacto con ella.
La Biblia describe en muchas formas la condición espiritual del hombre. Algunos son iracundos, otros obstinados y otros retraídos. De hecho, hay una larga lista de términos para describir la condición del hombre: frívolo, oprimido, etc. ¿pero cuál es la fuente de todas estas diferentes condiciones espirituales? Por ejemplo, cuando decimos que alguien es obstinado, orgulloso o violento, ¿de dónde vienen la obstinación, el orgullo y la violencia? En principio nuestro espíritu no tiene ninguna característica propia, sólo la capacidad de manifestar al Espíritu de Dios. Pero debido a que el hombre exterior no está separado del hombre interior, seguimos hablando de un espíritu obstinado, orgulloso, arrogante, rencoroso, celoso, etc. La condición del hombre exterior viene a ser la del hombre interior, de tal manera que cuando hablamos de un espíritu obstinado, orgulloso o celoso, nos referimos a que el hombre interior de dicha persona ha asumido el carácter obstinado, orgulloso o celoso de su hombre exterior. Esto se da cuando el hombre exterior y el interior no se han separado. Aunque el espíritu en sí no tiene característica alguna, debido a la falta de separación del hombre exterior del interior y a la falta de quebrantamiento del hombre exterior, las características del hombre exterior llegan a ser las características del espíritu.
Nuestro espíritu provino de Dios y no tenía ninguna característica propia; pero como el hombre exterior ha sido dañado, lo contamina. De esta manera, y debido a que el hombre exterior no está quebrantado, la obstinación y el orgullo del hombre exterior enturbian y contaminan el espíritu. Así, cuando el espíritu se libera, la condición del hombre exterior, que está mezclada con él, brota juntamente con él. Por eso cuando una persona orgullosa, obstinada o celosa libera su espíritu, a éste se adhiere su orgullo, obstinación o celo. También es la causa de que en nuestra experiencia sigamos hablando de espíritus orgullosos, necios o celosos, características que, en realidad, no son parte del espíritu, sino del hombre exterior. Por lo tanto, para expresar un espíritu limpio, no tenemos que purificar el espíritu mismo, pues el problema no reside allí, sino en el hombre exterior. Las características que se expresan cuando alguien libera su espíritu, muestran claramente las áreas en las que la persona no ha sido quebrantada, pues la clase de espíritu que percibimos, manifiesta las características del hombre exterior que están mezcladas con él. Así, su espíritu viene envuelto en aquello que expresa la condición de su hombre exterior.
Si sabemos cómo tocar el espíritu de otros, podremos conocer la necesidad específica de cualquier hermano, porque la clave de conocer al hombre es tocar su espíritu. Tenemos que tocar las características que acompañan a su espíritu. Esto no significa que el espíritu mismo tenga algo que debamos tocar, sino que siempre viene acompañado de alguna característica. Conocer la condición del espíritu del hombre equivale a conocer la condición de su hombre exterior. Queremos hacer hincapié en que éste es el principio básico para conocer a una persona. La condición del espíritu del hombre es la condición de su hombre exterior. Siempre que el espíritu del hombre se manifiesta, refleja la naturaleza del hombre exterior. Las características del espíritu son las características del hombre exterior. Un hermano puede ser muy fuerte y sobresaliente en cierto aspecto, lo cual llamará nuestra atención tan pronto como nos relacionemos con él. Inmediatamente percibiremos sus características y nos daremos cuenta de que éstas brotan de su hombre exterior inquebrantado. Al tocar su espíritu conocemos su condición y percibimos lo que él trata de mostrar y también lo que trata de esconder. Concluyendo, se puede conocer a una persona conociendo su espíritu.
COMO CONOCER AL HOMBRE: EN CUANTO A NOSOTROS MISMOS
¿Qué debemos hacer para conocer la condición del espíritu del hombre? Debemos prestar especial atención a la disciplina del Espíritu Santo como lecciones que provienen de Dios. Cuando el Espíritu Santo nos disciplina, lo que busca es quebrantarnos; cuanto más nos disciplina, más nos quebranta. Toda área de nuestra vida que el Espíritu toque, será quebrantada. Esta disciplina y quebrantamiento no sucede de una vez por todas, pues hay muchas áreas de nuestra vida que requieren disciplina y quebrantamiento progresivo, para que lleguemos a ser útiles al Señor. Cuando hablamos de tocar a un hermano con nuestro espíritu, no nos referimos a que debamos tocar todos los aspectos espirituales de cada hermano. Lo que queremos decir es que el Espíritu Santo nos ha disciplinado en cierto aspecto, y por ende, podemos tocar ese aspecto de un hermano. Si el Señor no nos ha quebrantado ni ha tocado nuestro espíritu en cierta área, no podremos ayudar a nadie que tenga una necesidad específica en dicha área. En otras palabras, la disciplina que recibimos del Espíritu Santo es proporcional a nuestra percepción espiritual. Cuanto más quebrantamiento recibamos, más se liberará nuestro espíritu. Este es un hecho espiritual que nunca puede ser falsificado; o se tiene o no se tiene. Esta es la razón por la cual debemos aceptar la disciplina y el quebrantamiento del Espíritu Santo. El que tenga mucha experiencia, podrá brindar mucha ayuda. Sólo los que han recibido mucho quebrantamiento tienen mucha sensibilidad, y aquellos que han sufrido mucha pérdida, tienen mucho que dar. Si tratamos de salvarnos en cierto asunto, perderemos nuestra utilidad espiritual en ello. Y si nos tratamos de proteger o excusar en algún aspecto, perderemos nuestra sensibilidad y nuestra provisión espiritual en ese aspecto. Este es un principio básico.
Sólo quienes han aprendido estas lecciones pueden participar en el servicio del Señor. Un hermano puede aprender en un año lo que se llevaría diez años, o puede extender la lección de un año a veinte o treinta. Cuando alguien demora su aprendizaje, retrasa su servicio. Si Dios nos ha dado un corazón para servirle, debemos estar decididos acerca de nuestro camino. El camino de nuestro servicio es el camino del quebrantamiento; es un camino que se adquiere por medio de mucha disciplina del Espíritu Santo. Los que nunca han experimentado esta disciplina y nunca han sido quebrantados no son aptos para participar en este servicio. La medida de disciplina y de quebrantamiento que recibamos del Espíritu determinará nuestro servicio. Nadie puede modificar este principio. El afecto y la sabiduría humana no caben aquí. El grado al que Dios obra en nosotros determina la medida de nuestro servicio. Cuanto más El nos adiestre, más conoceremos a la gente, y cuanto más experimentemos la sabiduría del Espíritu Santo, más podremos tocar a otros con nuestro espíritu.
Me aflige mucho ver que tantos hermanos estén escasos de discernimiento en muchos aspectos. No pueden discernir si algo es del Señor o del hombre natural, ni pueden reconocer cuando una persona está valiéndose de su fuerza mental o cuando es guiada por sus emociones. No tienen discernimiento debido a que su aprendizaje es deficiente. Dios nos dio Su Espíritu una vez y para siempre, pero tenemos que esforzarnos por aprender las lecciones que se nos presentan a lo largo de nuestra vida. Cuanto más aprendamos, más veremos. Si el Señor nos da un fuerte golpe en cierto asunto, reaccionaremos cuando veamos brotes de este mismo asunto en otros hermanos, no esperaremos a que eso crezca y dé fruto, sino que actuaremos de inmediato al detectar el más mínimo indicio de propagación de ese problema. El grado en el que el Señor obra en nosotros está en relación directa al grado de discernimiento que tengamos. La sensibilidad espiritual se adquiere poco a poco. A medida que Dios nos adiestre, obtendremos esta sensibilidad. Suponga que un hermano condena en su mente el orgullo; tal vez pueda predicar al respecto, pero en su espíritu realmente no percibe cuán maligno es el orgullo. Cuando otras personas actúan orgullosamente, él no sentirá desagrado; por el contrario, tal vez hasta sea solidario con ellos. Pero cuando el espíritu de Dios opere en él, se dará cuenta de lo negativo que es el orgullo, y el orgullo que hay en él será consumido. Cuando vuelva a predicar en contra del orgullo, tal vez la enseñanza sea la misma, pero habrá una gran diferencia. Tan pronto detecte un espíritu orgulloso en algún hermano, sentirá que algo está mal y sentirá aversión. Esta sensación de desagrado será producida por lo que ha aprendido de Dios. Creo que la palabra aversión describe bien esta sensación. De ahí en adelante, él será apto para ayudar a cualquier hermano, pues conoce bien esa enfermedad, ya que él mismo la padeció y fue sanado de ella. Tal vez no pueda asegurar que está totalmente sano, pero sí puede afirmar que ha sido librado de ella por lo menos en cierta medida. Esta es la manera en que adquirimos la sabiduría espiritual.
El don del Espíritu Santo nos es dado una vez y para siempre, pero la adquisición de la sensibilidad espiritual es un proceso. Cuanto más aprendemos, más sensibilidad adquirimos, y viceversa. ¿De qué nos sirve tratar de preservar o salvar nuestro yo? Aquellos que salven la vida de su alma, la perderán. Si en alguna situación tratamos de salvar nuestro yo, perderemos la oportunidad de obtener el beneficio que el Señor procuraba para nosotros. Debemos pedir al Señor que no detenga Su disciplina y que continúe adiestrándonos. No hay nada más desalentador que ver que el Señor nos da una lección tras otra sin obtener ningún resultado. Debemos entender que Su mano está obrando en nosotros, y no rebelarnos ante Su disciplina. Cuando un cristiano carece de discernimiento, ello se debe a su falta de aprendizaje espiritual. Que el Señor nos dé entendimiento para ver que cuanto más nos discipline, más podremos conocer al hombre, y más tendremos que ofrecer a los demás. Cuanto más se amplíe la esfera del adiestramiento de Dios, más se ensanchará la esfera de nuestro servicio. Esta no se aplicará mientras no se expanda la esfera del quebrantALGUNOS ASUNTOS PRACTICOS
Cuando el Señor nos ha quebrantado y hemos aprendido las lecciones básicas, nuestro espíritu es liberado y podemos usarlo al relacionarnos con los hermanos para así conocer la condición de ellos. Ahora abarcaremos algunos pasos prácticos que debemos seguir para poner en práctica la fina tarea de conocer al hombre.
Para tocar el espíritu de otros, primero debemos escucharlos. Muy pocos son los santos que pueden tocar el espíritu de otros sin antes escucharlos. Por lo general, tenemos que esperar hasta que otros se expresen. La palabra de Dios dice que de la abundancia del corazón habla la boca. Lo que el hombre dice pone de manifiesto lo que hay en su corazón, aunque él trate de ocultarlo. Si es falso, la falsedad que brota con su espíritu falso lo pondrá en evidencia, y si es celoso, su espíritu lo manifestará. Lo que haya en su corazón será revelado por sus palabras. Al escucharlo podremos tocar su espíritu. Siempre que un hombre hable, no sólo debemos poner atención a lo que dice sino a la condición de su espíritu. No conocemos a los hombres meramente por sus palabras, sino por su espíritu.
En cierta ocasión que el Señor Jesús iba camino a Jerusalén, dos de sus discípulos al ver que los samaritanos los rechazaban, dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma? Mas El, volviéndose, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois" (Lc. 9:54-55). Aquí el Señor mostró que el espíritu de uno puede ser discernido por lo que uno expresa. Tan pronto como las palabras son emitidas, el espíritu queda manifiesto. De la abundancia del corazón habla la boca. Cualquiera que sea la condición del corazón, las palabras la reflejarán.
Cuando escuchamos a otros, debemos poner atención no sólo a sus argumentos sino también a su espíritu. Suponga que dos hermanos discuten y ambos se culpan entre sí del problema. Si le presentan a usted el caso, ¿qué haría? Cuando el problema se inició, sólo ellos dos estaban presentes, usted no estaba ahí y por lo tanto no sabe lo que sucedió; pero tan pronto ellos abren la boca usted percibe algo, puede tocar el espíritu de ellos. Cuando hay conflictos entre cristianos, no juzgamos basándonos en errores que se hayan cometido, sino en la medida en que se hayan desviado del espíritu. Cuando un hermano habla, tal vez no podamos determinar si está equivocado según los hechos, pero inmediatamente podremos percibir si está mal en su espíritu. Quizá uno acuse al otro de difamación, pero lo hace con un espíritu incorrecto. Todo depende del espíritu que tengan. Una persona que exhibe un espíritu incorrecto no sólo está mal en lo que haya hecho, sino también en su mismo ser. El bien y el mal delante de Dios se determinan por la clase de espíritu expresado, no meramente por los hechos. Por consiguiente, cuando escuchamos a otros, debemos tocar su espíritu. En la iglesia muchos problemas se relacionan con la actitud del espíritu, no con las acciones. Si lo juzgamos todo según los hechos, conduciremos a la iglesia a un ámbito equivocado. Debemos permanecer en la esfera del espíritu y no en la de los hechos; nunca debemos ser arrastrados por los hechos.
Si tenemos un espíritu abierto, podremos percibir cualquier condición espiritual y detectaremos cuando alguien tiene un espíritu cerrado y atado. Tenemos que aprender a discernir con nuestro espíritu para conocer a las personas. Que podamos decir juntamente con Pablo: "A nadie conocemos según la carne" (2 Co. 5:16). No debemos conocer a nadie según la carne, sino según el espíritu. Una vez que aprendamos esta lección básica, podremos avanzar en la obra de Dios
La liberación del espíritu, secciones:
Capitulo 1 Capitulo 2
Capitulo 3 Capitulo 4
Capitulo 5 Capitulo 6
Capitulo 7 Capitulo 8
Capitulo 9 Estudios bíblicos
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