Fue un verdadero niño prodigio. A los cuatro años de edad tocaba sus propias composiciones. A esa misma edad daba conciertos de piano. A los seis triunfaba en varios países de Europa. Los críticos lo comparaban a Mozart o Liszt. Era, en todo sentido de la palabra, un niño prodigio.
El célebre psicólogo Dr. Geza Revesz de Amsterdam escribió sobre él un libro clásico: La psicología de un prodigio musical. Todo el mundo le auguró una brillantísima carrera artística. Todo lo tenía ganado. El mundo de la música sabía que él sería el siguiente Mozart.
Pero Ervin Nyiregyhazi, nacido en Hungría en 1903, murió en Los Ángeles, California, a los ochenta y cuatro años de edad, viejo, solo y olvidado. ¿Cuál fue la razón de su eclipse? Una vida tempestuosa. Su vida borrascosa lo llevó a casarse y divorciarse diez veces.
Son muchos los grandes artistas y las personas famosas en su tiempo, de quien se dice que murieron «solos, pobres y olvidados». Lo mismo pasó con Nyiregyhazi. Nació con todas las virtudes del genio. Pudo haber sido tan grande como cualquiera de los grandes prodigios musicales del pasado, pero su vida ética y moral no corrió a la par con su talento.
La historia está llena de tales casos. Cada hombre nace con un puñado de virtudes, pero no son las virtudes las que garantizan el triunfo en la vida, sino lo que se hace con ellas.
Dios es justo, y a todos ofrece el potencial de crecer, desarrollarse y llevar una vida abundante y feliz. Pero los talentos personales y las oportunidades de la vida tienen que ser aprovechados y usados en una forma moral, ética y espiritual. No basta ser un genio. También hay que ser honesto.
Dios ha trazado para todo ser humano normas y caminos de honradez, decencia, bondad y espiritualidad, y ya sea uno un genio o un ser desconocido sin renombre, la responsabilidad es la misma. Si se violan las normas de Dios, con todo y talentos y renombre se morirá derrotado en espíritu.
Hagamos de Cristo Jesús el Señor de nuestra vida. Sólo así podremos llevar una vida, si no genial, sí fructífera, abundante y feliz. Con nuestra conciencia limpia tendremos paz, libertad, gozo y satisfacción. Eso vale mil veces más que talentos sin estructura espiritual. Rindámosle al Señor nuestra vida. Él la hará victoriosa y feliz. |