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La actitud que tomemos en esos momentos críticos es lo que hace que crucemos el desierto en tres semanas, o cuarenta años. |
Hace poco me contaron una historia fascinante y conmovedora.
Se trata de un joven que cuando era niño, había perdido su brazo izquierdo. Pero un día, al llegar a la adolescencia, decidió que quería practicar judo, sus familiares trataron de persuadirlo, diciéndole que no podía practicar artes marciales, siendo manco. Pero al muchacho, no le importó la imposibilidad. En lugar de enfocarse en lo que no podía hacer, puso todos sus sentidos y su energía en aquello que sí podía hacer: practicar judo con un solo brazo.
Al poco tiempo, había logrado sorprender a su mismo entrenador, pidiéndole participar en un torneo regional. Para sorpresa de todo el mundo, este muchacho, logró ganar el campeonato y ser el mejor en su categoría.
Un periodista le preguntó cuál era el secreto por el cual había ganado, apesar que contaba con un brazo de menos que el resto. El joven respondió:
-Dado que tengo la imposibilidad de un brazo, tuve que concentrarme en trabajar muy duro en la gran mayoría de los ejercicios. A diferencia de otros, se que no puedo permitirme errores. Así que, como soy consciente que cuento con menos recursos que la mayoría, tengo que lograr la perfección en lo que hago. Pero el gran secreto -dijo en tono cómplice- es que la única manera que tiene el contrincante para vencerme, es tomándome del brazo izquierdo.
Increíblemente, este muchacho había logrado hacerse fuerte, justamente, en su misma debilidad. En lugar de sentarse a llorar y reclamarle a la vida el porqué ya no tenía su brazo izquierdo, trató de esforzarse al máximo, sacándole utilidad a lo que se suponía era su defecto.
Es que todos, sin excepción, tenemos una debilidad con la que hemos de tener que luchar por lo que nos reste de vida. El gran secreto es la manera en que reaccionamos a ella. Abraham no se detuvo a cuestionar su desierto espiritual, a pesar que el cielo estaba de bronce. El sabía que debía avanzar, aunque no sintiera absolutamente nada de parte de Dios.
La actitud que tomemos en esos momentos críticos es lo que hace que crucemos el desierto en tres semanas, o cuarenta años.
Hace poco, un ministro de alabanza se me acercó en su propia oficina, y extremadamente dolorido y avergonzado, me confesó que una debilidad lo estaba matando espiritualmente.
-Estoy atravesando mi peor desierto -resumió.
Entre algunas lágrimas, este hombre, esposo y padre de varios niños, me comentó que un día, en la soledad de la oficina, decidió “investigar” algo acerca de la pornografía en internet. Me dijo que honestamente, no lo hizo por morbosidad, sino por simple curiosidad. Pensó que como era un hombre adulto, no le haría mal un poco de información acerca de este flagelo.
Stephen Arterburn dice que un hombre tarda veinte segundos en mirar una imagen pornográfica y veinte años en borrarla de su mente. Y eso fue exactamente lo que le había sucedido a este hombre que ahora lloraba amargamente en su propio escritorio.
-Estoy atado a todo tipo de basura virtual -confesó- al principio esas imágenes me chocaron drásticamente, pero luego, de regreso a casa, no podía olvidar aquellas fotografías. Al día siguiente, volví a navegar por sitios para adultos, pensando que sólo se trataría de una pequeña mirada más, totalmente inofensiva.
Lo cierto es que desde hace meses, me siento vulnerable a todo tipo de pornografía. Lo que comenzó con una inocente mirada, se ha transformado en una adicción compulsiva. Cada vez que vuelvo a caer, siento una culpa atroz, pero luego, al cabo de unas horas, otra vez estoy envuelto en la misma trampa.
Aquel hombre, me contó que en muchas ocasiones, quiso hablarlo con su esposa, pero el temor al juzgamiento o quizá a perder su respeto, lo había hecho arrepentirse de confesárselo. Así que, hasta el momento en que finalmente me lo dijo, había optado por guardarse esa oculta debilidad en privado hasta poder solucionarla. Pero lo peor, era que se sentía demasiado sucio para orar o recuperar la integridad perdida.
En muchas ocasiones, no había querido ministrar la alabanza en su iglesia, aludiendo cualquier excusa, porque sabía que su vida espiritual atravesaba una crisis profunda.
-Hoy, no sólo me siento atrapado por la lujuria -dijo- sino que además siento que mis oraciones son completamente huecas, estoy seguro que Dios no quiere verme ni oírme.
Recuerdo que le mencioné que no tenía porqué darse por vencido. Que aún contaba con algo a su favor: reconocía que era un adicto a la pornografía y deseaba, profundamente, ser completamente libre de ello.
Luego, le conté la historia del muchacho manco, e hice hincapié en que debía enfocarse en esforzarse por cambiar su estilo de vida, y no en su debilidad.
Así que, nos pusimos a trabajar juntos.
Hicimos una oración, pero le aclaré que nada milagrosamente instantáneo iba a suceder. Ese es el gran problema que tenemos los predicadores cuando le decimos a la gente que crea que una oración del evangelista lo cambiará como por arte de magia.
No es que ponga en tela de juicio el inconfundible Poder del Señor, pero en muchas ocasiones, se requiere mucho más que una imposición de manos. Se necesita un trabajo duro, un esfuerzo diario, entrenamiento.
No puedes “intentar” dejar la pornografía o ese hábito oculto que te derrota en la intimidad. No puedes creer que con pasar al altar del domingo, ya no te enfrentarás a tu gigante el lunes por la mañana. Te costará tu mayor esfuerzo diario, todos los días de tu vida.
Le dije a este hombre, que cada vez que se sintiera tentado a consumir pornografía, aunque le diera mucha vergüenza, me llamara por teléfono, que íbamos a entrenar hasta reducir el hábito al mínimo. Que tenía que esforzarse al máximo. Que le esperaba un trabajo muy duro por delante.
Como sintió un gran alivio al confesarle a alguien su pecado, el consideraba que ya no tendría que luchar para vencer el hábito. O que llegaría un momento, a cierto nivel espiritual, donde ya no tendría que hacerle frente a las tentaciones. El también pensaba que Dios tenía favoritos. Intocables e inmunes a las ofertas del enemigo.
Hace unos años, en una importante convención de las Asambleas de Dios de cierto lugar de Estados Unidos, un reconocido evangelista, cuyo ministerio ha dado la vuelta al mundo entero, dijo:
-Tengo una palabra para los hombres de este lugar. Quiero que esto que voy a decirles, les quede bien claro a todos los ministros. Tengo ochenta y tantos años, y debo decirles que muchas veces, me siento tan tentado como cuando era un joven adolescente. Nuca te distraigas, jamás bajes la guardia. Vas a pelear con tu carne hasta el último aliento de tu vida.
Dicen que la multitud de pastores y líderes que colmaban el lugar se miraban asombrados, porque creían que teniendo un ministerio tan renombrado y con cierta edad, ya no tendría las presiones que los afectaban en el presente.
El gigante de la debilidad no suele aparecer los domingos por la mañana. Tampoco luego que acabaste de orar. El esperará pacientemente a que estés un tanto deprimido, solo, o cuestionándote algunas cosas.
Entonces, como Goliat, hará su entrada triunfal en tu valle privado de Ela.
Te dirá que nadie se enterará si miras una película para adultos en la soledad del hotel. Es tan sencillo, el nombre de la película no aparecerá en la factura, y nadie se enterará.
Te susurrará que un hombre debe estar medianamente informado, y que un vistazo en un tour por algunas páginas pornográficas te pondrán al tanto de lo que afecta al mundo.
Mencionará que como eres maduro, hay cosas que a ti no te producirán ningún daño. Luego, cuando te sientas por tierra, te dirá que no te atrevas a volver a orar o pedir perdón al Señor. Que ya lo intentaste y fracasaste. Que obviamente no has nacido para ser íntegro.
Y cuando te das cuenta, te encuentras en medio de tu propio desierto.
Es por esa misma razón, que comenzamos una saludable terapia, para ayudar al hombre que me confesó su lucha privada. Convenimos que de alguna manera, le pediría ayuda a su esposa. Que buscaría la forma de confesarle su debilidad, para que sea ella, quien lo supervise en los momentos de mayor presión. Y luego, que cuando se sintiera solo, me llamara por teléfono para que oráramos juntos. Además, no olvidé mencionarle, que aún a pesar de todos los recaudos que estaba tomando, era muy probable que volviera a caer en la trampa.
Pero que debía seguir luchando, que se trataba de una guerra mortalmente seria para su vida espiritual. Que ésta, iba a ser su batalla diaria. Y que cada noche que llegara a la cama, sin haber cedido a la tentación, debía agradecer al Señor por haberle dado fuerzas, pero que debía pedir una nueva dosis de esfuerzo para el siguiente día.
Hace poco, me lo encontré en una reunión de pastores. Y me mencionó que estaba luchando todos los días, y que hasta el momento, no había fracasado. Que comprendió que la tentación lo espera a la vuelta de la esquina, y es por eso, que no permite que el enemigo lo acuse, cuando se siente tentado. Pero que ofrece resistencia a cualquier tipo de pensamiento impuro.
-Desde que tomé esta decisión de practicar esta “terapia de santidad” -dijo- parece como si una suelta de demonios hubiese venido en mi contra. Me han sucedido las cosas más atípicas.
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