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Es inevitable que la gente nos falle, pero si huimos de los conflictos no aprenderemos cómo perdonar o cómo ser perdonados de verdad. |
Hace poco, una cristiana que conozco dejó de asistir a la iglesia. Estaba decepcionada y herida por algo que alguien había hecho. Sin embargo, dudo que haya abandonado la fe. Las estadísticas nos dicen que la mayoría de los cristianos que se marchan de la iglesia simplemente se unen a la iglesia "virtual" o "mediática", por medio de la radio, la televisión, la Internet, los libros y los discos compactos.
La iglesia virtual está bajo el control de cada persona: es conveniente, estimulante, refinada y (quizás lo más importante) no controversial. Con el toque de un botón se elimina al instante cualquier orador, mensaje o escena que no sea de su agrado. Además, nadie sabe si uno asistió o no.
En cambio, en la iglesia "real" es casi imposible evitar tropezarse con personas que no piensen ni viven necesariamente como uno. La hipocresía, la envidia, la hostilidad o la mezquindad de los miembros está a la vista. No es de extrañarse que un número cada vez mayor de cristianos estén abandonando sus iglesias locales por la serenidad, el placer y la comodidad de esa tranquila atmósfera y de ese relativo aislamiento. Lamentablemente, allí está el problema.
Permítame que me apresure a decirle que yo soy un apasionado de la iglesia "virtual". Muchos autores cristianos y grandes oradores de la radio me han retado a cambiar de vida. Las páginas web me han dado excelentes herramientas para crecer en mi fe. Como un recurso para los cristianos, y un lugar nuevo para atraer a la familia de la fe, la iglesia virtual es invalorable. Sin embargo, al ser usada cómo fuente única de crecimiento se puede convertir en el peor enemigo de la verdadera salud espiritual.
El taller de la santificación
Multitud de cristianos dejan hoy las iglesias por la misma razón que tantos se divorcian. Un gran porcentaje de nosotros intercambiamos anillos sin entender lo que realmente significa. Pensábamos, ingenuamente, que era suficiente compartir la misma fe en Dios y el compromiso con la iglesia. En teoría, pudimos haber coincidido en que el matrimonio es una relación cualitativa que debe asemejarse al amor abnegado de Jesús, pero en realidad, no teníamos idea de lo que significaba. Por eso, cuando surgieron los verdaderos conflictos, nos volvimos como nuestros vecinos no cristianos.
En verdad, el matrimonio está llamado a ser un discipulado cristiano en el cual el Señor utiliza a nuestro cónyuge para ayudarnos a crecer a la semejanza de Cristo, a crecer en áreas en las que uno está menos motivado a crecer. Muchas veces es un proceso doloroso, pero es así como se produce la transformación y la santificación en el contexto del matrimonio. Por tanto, no es que ese matrimonio no esté hecho para funcionar; el problema es nuestra resistencia al cambio personal que Dios desea producir en nuestros corazones en el terreno de las relaciones. De la misma manera, el Señor quiere enseñarnos la compasión, el perdón y el servicio a los demás dentro de la iglesia.
El gran predicador escocés Alexander MacLaren dijo muy acertadamente que "la Iglesia es un taller, no un dormitorio". La iglesia impefecta es el lugar perfecto donde podemos aprender lecciones de amor. Es un ambiente de personas imperfectas que intentan vivir juntas, para dejar atrás su estilo viejo de vida.Todas las personas estamos en un proceso de transformación. Este no viene rápidamente para nadie y por tanto todos fallaremos en momentos cruciales. Dejamos mucho que desear en cuanto a nuestras creencias concretas; decimos lo correcto con mucha facilidad, pero nos resulta difícil practicarlo. Somos un proyecto en elaboración, lo cual explica el porqué nos necesitamos unos a otros. Dejar la iglesia no resolverá nada. Nuestras debilidades y nuestras actitudes destructivas seguirán estando allí si nos aislamos del proceso de transformación que Jesús ha querido para nosotros.
Solo y desvalido
Es inevitable que la gente nos falle, pero si huimos de los conflictos no aprenderemos cómo perdonar o cómo ser perdonados de verdad. ¿Tiene idea de cuántos otros creyentes necesitan en la iglesia un toque de la gracia de Dios a través de usted? Ellos saben que han fallado, que han herido sentimientos y que han dicho cosas injustas. Pero cuando usted se acerca a ellas en el nombre de Jesús y dice con palabras y acciones: "Te sigo amando", experimentarán la gracia de Dios de una manera que un sermón solo no podría comunicar. Esta interacción (que pudiera parecer más fácil evitar) le fortalecerá y madurará a usted a medida que crece a la semejanza de Cristo.
Cuando tratamos de vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas, nos hacemos vulnerables; es por eso que Salomón escribió: "El egoísta [el que se aísla] busca su propio bien; contra todo sano juicio se rebela" (Proverbios 18:1 NVI). Cuando nos aislamos, renunciamos a relacionarnos íntimamente con otras personas que nos conocen lo suficientemente bien como para decirnos la verdad sobre nosotros mismos. Los simples conocidos no pueden ayudarnos, prevenirnos o notar si estamos alimentando un hábito, idea o plan destructivo. ¿La verdad duele? Si, algunas veces, pero también duele la cirugía que nos extirpa un tumor canceroso, el ajuste que hace volver a su sitio una coyuntura dislocada y la aplicación de una pomada antiséptica a una herida abierta. Mis debilidades no se mueven ni un milímetro en el aislamiento; de hecho, se petrifican.
Un proceso de transformación
Si nos mantenemos aislados, conservaremos todas nuestras asperezas. Cuando yo era niño, me fascinaban siempre las piedras lisas y brillantes que veía en las tiendas de recuerdos. Las buscaba en vano en las colinas cercanas. Sólo cuando fui mayor aprendí que estas piedras no eran lisas por naturaleza, sino que se formaban en tambores de limpieza giratorios en los que se producía el rozamiento permanente entre la arena y las toscas piedras naturales. Poco a poco, la fricción constante alisa las ásperas piedras dándoles su brillo y su belleza natural. Quizás no hay una ilustración mejor en cuanto a la realidad de la iglesia. Dentro de su contexto, Dios hace, de manera intencional y con un propósito, que nos rodeemos de personas semejantes a nosotros: personas que tienen asperezas. A medida que enfrentemos juntamente con ellas conflictos, pruebas, retos y otras dificultades, las asperezas desaparecerán gradualmente si perseveramos.
A mí no me disgusta hacer ejercicios en el gimnasio a pesar de ser incómodo, a veces doloroso, y de ninguna manera tan placentero como estar echado sobre el sofá, comiendo y tomando una gaseosa. Pero después del ejercicio, me alegra haberlo hecho, no importa el esfuerzo demandado, porque cuando persevero haciéndolo, soy físicamente transformado. De igual manera, no hay atajos para mantenerse en forma espiritualmente, y la iglesia, con todas sus fallas, es el gimnasio.
Pero la verdadera iglesia no es todo ejercicio agotador. Las mismas personas que pueden causarle tristeza en cierto momento, pueden también, en breve tiempo, animarle, consolarle y bendecirle de una manera personal como no podría hacerlo un libro. Las personas son una suma de fortalezas y debilidades, y nosotros estamos expuestos a todo eso dentro de la iglesia.
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