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Dios se preocupa por nuestra naturaleza tridimensional: espíritu, alma y cuerpo. Su amor cuida de todos los seres vivientes. Él no sólo nos alimenta, sino que nos sacia. Dios ama la profundidad de nuestras personalidades, la anchura de nuestras vidas, y la longitud de nuestras necesidades.
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Efesios 3:18-20… “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…”.
Recientemente, estuve estudiando el misterioso personaje bíblico de Génesis 14, llamado Melquisedec. Ese es el primer capítulo de las Escrituras que habla de los obsequios, la acción de obsequiar y de las personas que obsequian – en particular, de las personas que obsequian.
Según la historia bíblica, Abraham había estado peleando contra los enemigos de las ciudades de la planicie. Cuando Abraham regresó victorioso de la batalla, Bera, el rey de Sodoma, le ofreció obsequios. Para sorpresa del rey, Abraham rehusó aceptar los regalos. A decir verdad, lo único que el rey Bera le estaba ofreciendo a Abraham era parte del botín de las batallas. Ninguno de esos artículos había salido de las arcas del rey. El rey había asumido que Abraham era tan ambicioso y corrupto como él. Esos obsequios representan las recompensas que el mundo nos ofrece; esos tesoros habían pertenecido a ciudades que eran abominables a los ojos de Dios. Abraham no quiso ser partícipe ni de la avaricia del rey ni de su abominable adoración al dios Mamón. Abraham y el rey Bera eran hombres totalmente diferentes. Uno era un hombre de Dios; el otro, un hombre del mundo. Abraham tenía ojos espirituales y no le interesaban las cosas materiales; el rey tenía ojos carnales y utilizaba su astucia para obtener ganancias materiales. Abraham fue un hombre tan generoso que le dio a su sobrino Lot la oportunidad de que escogiera, antes que él, el terreno que deseaba para que su ganado pastara. Lot pensó que al hacer eso, su tío había sido un tonto.
Luego, otro rey salió al encuentro de Abraham, Melquisedec, rey de Salem, quien le ofreció a Abraham pan y vino. Abraham no sólo aceptó la oferta de Melquisedec, sino que además, le dio los diezmos de todos sus bienes. ¡Pan y vino fueron los únicos bienes que Jesús les ofreció a sus discípulos!
El Dador Alegre
Hebreos 5:6, establece una conexión entre Cristo y Melquisedec. El significado del pan y del vino es algo que no puedo analizar en estos momentos, pero sí deseo señalar algo muy importante: ambos representan el sacrificio y el Reino de Dios. El Reino de Dios está cimentado en las riberas del caudaloso río de la generosidad. Las personas que no comparten su dinero, no están cerca de Dios. Los predicadores usualmente dicen: “Hagan una ofrenda monetaria que les duela”. El problema con esta petición es que a algunas personas les duele demasiado rápido.
Los cristianos tienen una ventaja sobre otras personas: todos aman a los dadores alegre y a las personas que perdonan de corazón. Los cristianos debemos dar sin llevar cuentas, y no olvidarnos de lo que recibimos. Para las nuevas criaturas en Cristo, la avaricia se convierte en bondad. Jesús sana las manos codiciosas y las hace alérgicas a las ganancias inmundas. La codicia se convierte en generosidad. Eso fue lo que le sucedió al acaudalado Zaqueo. Cuando Jesús entró en la casa de ese despiadado estafador, Zaqueo encontró una nueva pasión – la caridad y la generosidad. A Jesús no le agrada que nosotros seamos avaros con nuestro dinero. Si nuestras manos están llenas, Él no nos puede bendecir con más.
En el idioma inglés, las palabras amor y caridad, tienen el mismo significado: Amor. El amor cambia el ambiente y crea una atmósfera de grandeza, libertad y generosidad. El amor siempre tiene el monedero abierto. El verdadero dador, no espera que le pidan para dar
Una Corriente Eterna, una Fuerza Eterna, un Poder Eterno
Amor – el verdadero amor, es una fuerza electrizante y estimulante. La corriente eléctrica se mide de tres formas: amperes, voltios y vatios. Estas medidas describen la fuerza o velocidad de la corriente y el volumen o potencial de energía. Podríamos decir que la electricidad es una fuerza tridimensional. Sin embargo, la fuerza más poderosa del universo, es el amor de Dios. Los amperes, voltios y vatios de la electricidad varían; pero el amor de Dios no tiene medida, es un amor infinito – es una corriente eterna, una fuerza eterna, y una energía eterna. El amor es tan eterno como Dios, porque Dios es amor. La ciencia no puede aceptar a Dios porque la ciencia sólo puede aceptar las cosas que se pueden medir o explicar.
Otra de las palabras que se utiliza en el mundo de la electricidad es “ohmio” – una unidad de resistencia. Quizás algunas personas tienen más “ohmios” que otras, o quizás algunas personas puede que tengan tantos “ohmios” que el poder del amor nunca llega a ellos. Una cosa es cierta, es necesario tener muchos “ohmios” para poder resistir el poder del amor de Dios.
Una Cuarta Dimensión
El amor de Dios no sólo posee corriente, fuerza y energía sino que además, tiene otra cualidad. De acuerdo a la Biblia, el amor de Dios es largo, ancho y profundo. Normalmente, nosotros pensamos en términos tridimensionales ya que vivimos en un mundo tridimensional. Sin embargo, el amor de Dios tiene una cuarta dimensión que nos cubre a todos. Dios se preocupa por nuestra naturaleza tridimensional: espíritu, alma y cuerpo. Su amor cuida de todos los seres vivientes. Él no sólo nos alimenta, sino que nos sacia. Dios ama la profundidad de nuestras personalidades, la anchura de nuestras vidas, y la longitud de nuestras necesidades. Nosotros nos sentamos a su mesa a disfrutar de un banquete de cuatro dimensiones: alimentos, vida, conocimientos y Su amistad.
Dios nos brinda mucho más que alimentos, vida y compañía. Mucho más que carnes y batidos. Dios nos ha hecho felices, mucho más felices que cuando el grano y el vino se multiplican. Gracias a Su Amor, gozamos de una cuarta dimensión; invisible y sublime. |